Este ensayo pretende comentar los grandes debates de la década de los 60 en Cuba y reflexionar sobre su impacto en las políticas públicas. No se busca hacer un análisis exhaustivo de su contenido, sino más bien dar cuenta del perfil de los actores que participaron y ubicarlos a ellos y a los propios debates en el contexto nacional y la lucha dentro de la Revolución, así como relacionarlos con la situación internacional en la cual se desarrollaron.
Las confrontaciones se realizan impulsadas por el propio gobierno o por ciertos actores políticos, con la intención de influir en determinadas decisiones; en este sentido resulta relevante analizar su impacto. Aquí se considera que los debates son mecanismos, formales o informales, impulsados desde la autoridad para dar voz a los diferentes sectores sociales, y evaluar así el nivel de consenso o disenso de ciertas decisiones o incluso del mapa de fuerzas en juego, y de esta manera pesar los costos políticos y sociales.
En Cuba, los debates han sido un mecanismo usado, de manera recurrente, tanto por las autoridades como por algunos sectores sociales; sin embargo, su intensidad, los temas, y los protagonistas han cambiado y, de algún modo, el nivel de influencia en la definición de las políticas públicas también lo ha hecho. En la década de los 60, los debates influyeron de forma decisiva en definiciones centrales del rumbo de la Revolución.
El contexto internacional
La caracterización de esa década, a nivel mundial, llevaría más espacio del posible para este ensayo; baste mencionar que ha sido caracterizada por Immanuel Wallerstein como la época más importante del surgimiento de movimientos antisistémicos: guerras de liberación nacional, movimientos nacionalistas y revolucionarios en América Latina, sociales y de derechos humanos en los Estados Unidos, estudiantiles en casi todo el mundo.1
El impacto de estos movimientos sobre el pensamiento de izquierda es muy importante, y genera dentro de él una profunda reflexión sobre el rumbo del socialismo, así como sus tareas sustantivas. Esta se inicia a finales de la década de los 50 —a partir del XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética (1956)—, con una crítica muy severa al modelo socialista soviético, por dos motivos centrales: la ausencia de mecanismos de participación de la sociedad en el gobierno, con las consecuentes censuras a cualquier crítica; y una política que restringía las posibilidades del avance del socialismo internacional y, por lo tanto, ayudaba a mantener el estatus bipolar impuesto después de la Segunda guerra mundial.
Las divergencias entre el modelo chino y el soviético avivaron aún más las reflexiones en torno a la construcción del socialismo, y el carácter revolucionario de clases sociales que no habían sido consideradas en el marxismo clásico, como sería el caso de los campesinos. Se generaron entonces, a nivel mundial, profundas divisiones de la izquierda,2 y el surgimiento, dentro del marxismo, de diferentes posturas, algunas reformistas, supuestamente inspiradas en las aportaciones de Antonio Gramsci, del cual solo se recupera su propuesta de la guerra de posiciones y no la visión integral de la unidad entre la economía y la política. También la lectura de Louis Althusser y de los estructuralistas desvió, en el mismo sentido, la atención de la izquierda, sobre todo la europea, orientada hacia lo que se denominó el eurocomunismo. Ese mismo debate fortaleció también, en el otro extremo, las interpretaciones marxistas más radicales como el troskismo y la «línea de masas», esta última inspirada en Mao y la Revolución china, las cuales alimentaron ideológicamente a las guerrillas latinoamericanas en la década de los 60 y, sobre todo, en los 70.
El conjunto de movimientos sociales en América Latina culminó, a finales de los 60, con una dramática derrota, que permitió la instauración de dictaduras en casi todo el continente, las que se explican, en parte, por errores de la estrategia revolucionaria propiciada por esas profundas divisiones de la izquierda; aunque es importante reconocer que el poderío norteamericano y su estrategia de intervención armada constituyeron el elemento central en estas derrotas, así como también la política internacional de la Unión Soviética antes descrita.
En este contexto mundial, Cuba inicia su proceso de construcción del socialismo, y es justamente tal escenario el que permite tener un primer nivel de explicación sobre el carácter de los debates en los primeros años de la Revolución. Es más, se podría afirmar que Cuba y su construcción del socialismo formaron parte del debate mundial de las izquierdas.
El contexto nacional
La Revolución cubana no fue resultado de una sola fuerza política, ni siquiera de una sola corriente político-ideológica. Tres grupos, claramente identificados (dentro de cada uno de ellos convergen una multitud de posiciones) confluyeron en la gestión revolucionaria.3 Por un lado, una organización ciertamente significativa fue el Movimiento 26 de Julio (M-26-7) comandado por Fidel Castro desde el asalto al Cuartel Moncada en 1953 y en el cual había posturas ideológicas divergentes, desde anticomunistas, como Hubert Matos y Pedro Díaz Lanz, hasta marxistas radicales como Ernesto Guevara. Otro grupo importante fue el Directorio Revolucionario 13 de Marzo, heredero de las luchas estudiantiles de las décadas anteriores y responsable del ataque al Palacio presidencial en 1957.4 Finalmente, confluyó en este movimiento el Partido Socialista Popular (PSP). Este tuvo una actuación destacada, sobre todo en el frente obrero, a través del cual mantuvo una lucha frontal con el gobierno hasta finales de la década de los 30. Posteriormente, se opuso al golpe de Estado de Batista en 1952, aunque tampoco estuvo de acuerdo con el asalto al cuartel Moncada.5
La evaluación sobre el papel de cada uno de los grupos en el triunfo de la Revolución es muy compleja y deberá hacerse en el marco de una explicación sobre la Revolución misma y sobre el carácter de la crisis que la antecedió; sin embargo, este no es el objeto de este ensayo. Lo que sí resulta relevante para tener más elementos en la explicación de los debates de la década, son las percepciones que los sujetos tenían sobre el nivel de participación de cada uno de los grupos, y las rivalidades que estas provocaron entre ellos. En ese momento existían recelos sobre el nivel de las acciones insurreccionales de los militantes comunistas y por lo tanto sobre su derecho o no de integrar el gobierno revolucionario.
Así, el debate en esta década tiene una doble dimensión. Por un lado es parte de las luchas dentro de los propios grupos revolucionarios, primero por definir el carácter mismo de la Revolución y, después, el tipo de socialismo que se buscaba. La segunda entra en consonancia con el debate compartido internacionalmente, y que en Cuba se refleja como la construcción del socialismo en un país con bajo nivel de desarrollo de las fuerzas productivas y con una dependencia externa muy fuerte, en tanto exportador de materias primas, particularmente azúcar.
El primer debate de la década
La radicalización de la Revolución casi desde sus inicios fue produciendo rupturas incluso dentro del propio M-26-7; es el caso de los liberales constitucionalistas que la apoyaron, pero que no compartieron el giro hacia un nacionalismo radical, y luego hacia el socialismo. Es importante destacar el anticomunismo reinante tanto en la prensa como en una parte significativa de la población, sobre todo a principios de la década de los 60.6
Como destaca claramente Yadira García Rodríguez, la prensa, antes de la Revolución, tuvo dos comportamientos: una parte de ella, particularmente la revista Bohemia, mantuvo una postura ambivalente, aparecía como revolucionaria, pero era claramente anticomunista, mientras otros medios, como Diario de la Marina, Información y Prensa Libre, mantuvieron posiciones de franca derecha.7 En tanto Bohemia luchó durante los primeros años de la Revolución por evitar la radicalización hacia el socialismo, el resto de las publicaciones mencionadas presumió, desde el principio, su carácter comunista.
De esta manera el primer debate de los 60 gira alrededor del carácter de la Revolución. Los propios dirigentes y algunos intelectuales de izquierda lo definen de modo muy vago. Fidel declara una revolución «verde como las palmas», Che Guevara la considera un nacionalismo de izquierda,8 y Jean Paul Sartre afirma que es una revolución sin ideología.9
La definición del carácter socialista de la Revolución, el 16 de abril de 1961, justo antes del ataque a Playa Girón y posterior a los bombardeos norteamericanos a los aeropuertos de La Habana, fue el principio del fin de este primer debate. Antes, la derecha sale de él cuando los propietarios de los medios de comunicación abandonan la Isla, entre enero y junio de 1960.10 El director de Bohemia es el último en hacerlo, pero la publicación continúa, pues los trabajadores toman la administración. Sin embargo, en realidad, la polémica no termina hasta después del conflicto con el periódico Revolución y, particularmente, con su suplemento Lunes de Revolución.11
En este primer debate la agenda es precisada por la derecha, particularmente por los propietarios de los medios de comunicación y, por tanto, es en ellos donde se realiza. Los interlocutores son, por un lado, los dueños, a través de los editoriales, así como algunos periodistas en los artículos de opinión; por el otro, los defensores de la Revolución que publicaban, en algunos casos, en Bohemia, pero, sobre todo, en los periódicos Revolución y Noticias de Hoy.12
La agenda de la discusión es puesta en escena por la derecha, como se señaló, pero se convierte en una arena de enfrentamiento ideológico también entre los participantes en la Revolución, al no haber entre ellos homogeneidad ideológica. Para complicar aún más el asunto, el debate se desarrolla en un contexto político internacional complejo. La permanente agresión de los Estados Unidos —aun desde antes de la definición del carácter socialista de la Revolución—, en buena medida por las políticas nacionalistas y antimperialistas que exigía el cumplimiento del Programa del Moncada,13 obliga al Gobierno revolucionario a un acercamiento relativo, muy cuidadoso, pero acercamiento al fin, con la Unión Soviética; primero con la presentación de la Exposición tecnológica industrial de ese país, y luego con la normalización de relaciones diplomáticas, en mayo de 1960.
En este contexto y frente a la ausencia o debilidad de una burguesía nacional —cuyas limitaciones habían sido evidentes en todas las guerras de independencia—, el nacionalismo del pueblo cubano y su respaldo al proceso,14 más la postura ideológica de los dirigentes más importantes del gobierno, fueron elementos decisivos para la definición del carácter socialista de la Revolución cubana. En este sentido, la derecha perdió el debate y abandonó el país, como muchos combatientes revolucionarios no socialistas.
Dos meses después del intento norteamericano de impedir, por la vía armada, la consolidación de la Revolución, mediante la invasión por Playa Girón, se realizaron varias reuniones entre artistas y escritores, en la Biblioteca Nacional, que culminaron el 30 de junio de 1961 con el discurso de Fidel «Palabras a los intelectuales». Las discusiones allí mantenidas ponen fin, de forma evidente, a la confrontación sobre el carácter de la Revolución y abren la segunda polémica de la década: el que tiene que ver con el tipo de socialismo que se ha de construir.
El segundo debate
El tema central de los debates que culminaron el 30 de junio fue la libertad de creación —a propósito de la censura del documental PM,15 producido y difundido por la televisión cubana, por los directores de Revolución y de su suplemento cultural Lunes—, y el temor que existía entre algunos escritores de que se implantara el realismo socialista soviético y la censura en el arte cubano. Este temor estaba asociado al nombramiento de algunos militantes o ex militantes del PSP en puestos de responsabilidad en el recientemente creado Consejo Nacional de Cultura, así como en el Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC). Algunos autores asumen que la declaración del carácter socialista de la Revolución y la relación, cada vez más fuerte, con la Unión Soviética, dieron al PSP un nuevo y mayor papel en la política cubana.16 Este criterio, sin embargo, carece de un análisis puntual sobre el peso relativo de los tres grupos convergentes en ella.17
Lo seguramente cierto es que, entre los artistas y escritores, la presencia de militantes o ex militantes del PSP en el ámbito de la cultura no fue bien recibida, como es el caso particular de Carlos Franqui y Guillermo Cabrera Infante quienes tenían rencillas personales y diferencias políticas y estéticas con algunos de ellos, desde por lo menos la década de los 50.
Entre 1959 y 1961, el conflicto entre los intelectuales estaba fuertemente polarizado, por lo menos entre los participantes en Lunes de Revolución y Alfredo Guevara, primero a propósito de las diferentes corrientes del cine y después por la producción de PM.
Los conflictos de Lunes trascendieron sus polémicas con Alfredo Guevara. Se pronunciaron también contra el grupo Orígenes —conformado por José Lezama Lima y otros escritores—, por lo que sus editores definieron como diferencias estéticas; sin embargo, el tono de las críticas más que literarias o artísticas eran políticas. Sus dardos alcanzaron a intelectuales como Alicia Alonso, José Antonio Portuondo, René Portocarrero y otros, alegando la necesidad de cerrar lo viejo, y abrir el espacio para un nuevo estilo y una nueva estética en el campo del arte. Las reuniones entre los artistas y los políticos, de junio de 1961, tratan de dirimir estas diferencias; Carlos Franqui, director de Revolución y promotor del documental, defendió su criterio en la segunda sesión; pero al no sentir el respaldo de Fidel Castro, salió rumbo a Europa unos días después.18 Finalmente, el último número de Lunes fue publicado el 6 de noviembre de 1961. En 1965 se fusionaron como parte del proceso unitario de los revolucionarios los periódicos Hoy, del PSP, y Revolución, del M-26-7, en un solo diario, el Granma.
Con el caso PM y la desaparición de Lunes, se cierra el debate en torno al carácter socialista de la Revolución. Ciertamente, las diferencias de Franqui, Cabrera Infante y los otros artistas eran no solo estéticas: eran luchas ideológicas por el poder político y por la definición del camino que tomaría el país, que algunos esperaban que fuera nacionalista y antimperialista, pero no comunista, y otros descubrían que, en el caso de Cuba, esta combinación era imposible.19
El conflicto en torno a este documental tuvo muchas aristas. Alfredo Guevara era el presidente del ICAIC y, como tal, responsable de la producción cinematográfica; PM, de alguna manera, se filtró en su espacio de poder. Por otra parte, los conflictos entre los miembros del M-26-7, del cual Revolución se asumía como el órgano oficial, y el PSP, al que perteneció Guevara antes de ingresar a las filas del 26, hablan también de una pugna entre grupos por prevalecer en las alturas del poder en el mundo cultural. Además, y quizás lo más importante, este conflicto entre actores revolucionarios se da justo en el momento en que el gobierno de la Revolución inicia una ofensiva por unir a los tres grupos participantes en la formación de un nuevo partido político. Todos estos elementos seguramente influyeron para decidir el cierre de Lunes.
La famosa frase de Fidel Castro «dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución, nada», ha sido frecuentemente usada tanto por los defensores de la pluralidad del Gobierno revolucionario como por aquellos que lo califican de autoritario; lo cierto es que la frase forma parte de un discurso muy complejo y lo suficientemente amplio como para albergar muchas interpretaciones.
El texto completo permite destacar varios aspectos centrales que de alguna manera puntualizan la posición del gobierno y esbozan su política cultural.20 La primera parte se centra en el tema de la libertad de creación. Fidel Castro considera que es una inquietud entre los no revolucionarios; y sopesa la importancia de asumir que la Revolución misma está en peligro y esa debe ser la preocupación central. De igual manera, afirma que esta se debe al pueblo y «la expresión artística debe servir al pueblo».
En el discurso se legitima la existencia de un organismo nacional de cultura como un deber de la Revolución y del Estado, así como «revisar las películas que vayan a exhibirse ante el pueblo. Y creo que ese es un derecho que no se discute». Se afirma también que la libertad de creación no será comprometida; pero, al mismo tiempo, expone el derecho del Estado revolucionario:
Que cada cual escriba lo que quiera [...] que cada cual se exprese en la forma que estime pertinente, y que exprese libremente el tema que desea expresar. Nosotros apreciaremos su creación siempre a través del prisma y del cristal revolucionario: ese también es un derecho del Gobierno revolucionario, tan respetable como el derecho de cada cual a expresar lo que desee expresar.
Finalmente, también se deslinda de los conflictos entre los artistas y manifiesta una postura plural: «La Revolución no les puede dar armas a unos contra otros. Nosotros creemos que los escritores y artistas deben tener todos oportunidad de manifestarse; nosotros creemos [...] que los escritores y artistas, a través de su asociación, deben tener un magazine cultural amplio, al que todos tengan acceso». Estos puntos resumen mejor el contenido del discurso que la famosa frase, pues se perfilan las líneas de lo que sería la política cultural, además de tomar cierta distancia en los conflictos entre los artistas, impulsando el debate entre ellos, pero garantizando a todos las mismas oportunidades.
Es justamente en este sentido que estas reuniones abren el segundo debate, considerado por algunos autores cubanos como varios debates, por lo menos cuatro,21 sin embargo, en este texto se asume que, aunque participan diferentes actores y se utilizan diversos medios, en realidad es un mismo tema el que está en la palestra de la reflexión: el tipo de socialismo que se pretende construir. Por este motivo las posturas se agrupan, quizá de manera un tanto burda, como la de quienes piensan en que habría que recuperar la experiencia soviética o se pronuncian por un socialismo a lo cubano.
Este debate se inicia en 1963, y se puede quizás alargar hasta 1972.22 Los actores se enfrentan en tres grandes planos o ámbitos; la economía política, la política cultural, y el tipo de marxismo y su difusión. El contexto internacional es similar al anterior, pero el local ha cambiado de manera significativa. En términos políticos, los debates coinciden con problemas importantes para unir a las tres grandes fuerzas que confluyeron en la Revolución. Aunque la política sectaria había desaparecido formalmente y se había creado ya el Partido Unido de la Revolución Socialista de Cuba (PURSC), lo cierto es que el sectarismo penetró en lo más hondo del partido, en las diferentes regiones y en las organizaciones de masas, y volvió a aparecer en 1968 aunque ahora como Microfracción, que aunque era expresión del mismo problema, no adquiere el mismo nivel pues ya no se ejercía desde el Estado, sino desde un grupo paralelo.23 De igual manera, en este período, el gobierno de la Revolución enfrenta un movimiento armado en la sierra del Escambray (1960-1965), parcialmente financiado por los Estados Unidos, al que se sumaron algunos ex militantes revolucionarios.
A diferencia del primer debate de la década, donde la agenda fue definida por la derecha, en este no solo es definida por la izquierda, sino por miembros prominentes del Gobierno revolucionario, y los participantes ya no son los periodistas y dueños o directores de medios de comunicación, sino artistas, académicos y algunos funcionarios públicos. Al igual que el primero, este también termina, en 1971, con un Congreso y un discurso de Fidel Castro.
Los temas de los debates son profundos y no es posible reproducirlos en este espacio, solo se mencionarán algunos aspectos que puedan dimensionar su importancia. En el debate de economía política, realizado entre Ernesto Guevara y Alberto Mora y Joaquín Infante Ugarte,24 participaron ciertos intelectuales de la izquierda europea, que manifestaron también sus puntos de vista.25 Dos elementos son notorios, la calidad académica de la discusión y su complejidad. En realidad, se discute el proceso mismo de la construcción del socialismo, y el tipo que se pretende construir. Aunque aparece como una discusión en términos del funcionamiento o no de la teoría del valor en el proceso de tránsito y, por lo tanto, la necesidad o no de usar herramientas del capitalismo —por ejemplo, el dinero en tanto mercancía—, y entre dos formas de organizar y contabilizar el valor de la producción, la autogestión o cálculo económico (modelo utilizado en la Unión Soviética) y el Sistema Presupuestario de Financiamiento, propuesto por Ernesto Guevara, quien posteriormente lo profundiza en 1965, en «El socialismo y el hombre en Cuba».26 En él insiste en la relación entre economía y política, pues los tipos de estímulos económicos, por ejemplo, son mensajes culturales que forman o deforman al hombre nuevo que el socialismo pretende crear.
La parte económica del debate, sobre la vigencia de la teoría del valor y los dos sistemas de control, fue muy técnica y compleja y no trascendió mucho socialmente; lo que sí penetró en la sociedad fue la idea del tipo de estímulos que deberían ser distribuidos entre los trabajadores para mejorar la disciplina laboral y aumentar la productividad; así como las ventajas y desventajas de la centralización o el autofinanciamiento. Guevara proponía que los estímulos morales fueran los más importantes, pues si los monetarios ocupan un papel central, como en el capitalismo, se convierten en una forma de reproducción de la cultura burguesa, individualista y consumista, mientras que, si los estímulos morales son los fundamentales, se inicia el proceso de construcción del hombre nuevo, socialista, no individualista y no consumista. De igual manera, insistía en la pertinencia de la centralización presupuestaria. Así el dilema de los estímulos se vincula a la necesidad o no de mercados.
Así, en el planteamiento de Guevara hay dos dimensiones complejas: la discusión en torno a la existencia o no de un período de tránsito entre el capitalismo y el socialismo y la consecuente vigencia o no de la teoría del valor en ese período, y por otro lado, el uso o no de las técnicas del capitalismo, estímulos monetarios, «armas melladas del capitalismo».
Este primer ámbito del debate impactó la política gubernamental aunque de manera contradictoria: en relación con el modelo de organización de la producción, se resolvió que algunas empresas —las que dependían del Ministerio de Industria— tuvieran este sistema, y el resto, el modelo de cálculo económico.27 La resultante fue, en términos contables, no muy afortunada, pero permitió que el gobierno probara los dos métodos. En el momento en que Cuba ingresa al CAME, en 1972, se ve obligada a cambiar hacia el cálculo económico, pues uno de los problemas fundamentales del modelo de Guevara era la determinación de los precios para el intercambio internacional.
Otro impacto del debate, en cuanto a política gubernamental, fue el proceso denominado Ofensiva revolucionaria, en 1968, que significó la estatización de miles de pequeños establecimientos, tanto comerciales como artesanales, argumentando que la propiedad privada no debe existir, pues es la única manera de evitar las relaciones mercantiles. La medida se mantuvo, aunque a finales de los 70 permitieron licencias a pequeños propietarios de micro talleres para algunos giros.28
Otra medida aplicada bajo esta óptica es la práctica desaparición de los sindicatos, a partir de 1966, como se percibe claramente en los documentos del XII Congreso de la CTC. Aunque se corrige en el XIII Congreso, en 1973, el daño estaba hecho y la debilidad de los sindicatos y, en general, de la CTC, estaba asociada a esta idea de que en el comunismo los sindicatos no deben existir, porque no hay patrón contra el cual luchar. Evidentemente esto es cierto, pero nuevamente el problema se planteaba en el sentido de si a seis años de revolución, la sociedad cubana ya era comunista.29
Es difícil, pero posible, asegurar que la propuesta de establecer las Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP) haya estado permeada por la reflexión en torno a la creación de una nueva moral socialista. A pesar de que estas Unidades fueron desvirtuadas y finalmente canceladas por el Gobierno revolucionario, mantuvieron su vigencia entre 1965 y 1967 y fueron severamente criticadas, sobre todo en el espacio internacional.
El debate, no hay dudas, influyó en la sociedad y en la política pública, aunque las medidas adoptadas no hayan sido las más afortunadas, y en algunos casos incluso contradictorias. En el ámbito cultural, este segundo debate asumió la forma de una crítica a la visión del arte solo como reflejo de la realidad, postura de los que sostienen la pertinencia del realismo socialista como la expresión de los artistas realmente revolucionarios. Enfrentada a esta posición, se desarrolla otra que proclama que el arte es también realidad objetiva, y que las formas estéticas adquieren una autonomía relativa. Esta corriente de pensamiento no acepta que exista una cultura burguesa y otra proletaria, en tanto estilos formales o corrientes estéticas. El carácter de clase lo aporta el autor. El debate se traslada a la literatura con José Antonio Portuondo en uno de los polos y Ambrosio Fornet en el otro (julio a octubre de 1964); al cine, entre Blas Roca y Alfredo Guevara (diciembre de 1963), y al arte en su conjunto entre un grupo de cineastas y Mirta Aguirre y Edith García Buchaca (agosto de 1963 a marzo de 1964).
El contenido del debate es muy extenso. Recientemente Graziella Pogolotti compiló y prologó un conjunto de artículos que, en buena medida, nos permiten acercarnos al corazón de la confrontación.30 Ciertamente, sería necesario hacer una reflexión profunda sobre el debate mismo, sobre sus formas y sobre los grupos que aparecen detrás de las posturas esgrimidas; sin embargo, eso deberá ser realizado en otro espacio y por especialistas en el tema. Aquí solo es prudente mencionar algunos elementos que permitan ponderar su importancia política y entender el contexto en el cual se realiza, para finalmente analizar su papel en la definición de la política pública.
Del mismo modo que en la discusión sobre economía política, los actores son funcionarios públicos, artistas y, en este caso, funcionarios del Partido también. De forma tal que lo que está en cuestionamiento es básicamente la posibilidad de imponer una corriente estética en el desarrollo de la cultura en Cuba. Las innumerables veces que se cita tanto el discurso de Fidel Castro conocido como «Palabras a los intelectuales» —sobre todo en el caso de las películas que deben ser vistas por los cubanos—, y las miles de referencias a Marx y Lenin cuando se discute sobre la cultura en general, demuestran la necesidad de ambos lados de legitimar su postura como de izquierda, revolucionaria y socialista.
Parece, sin embargo, que en el debate están en juego también diferencias políticas de largo aliento. La fuerte reacción de los cineastas, y de Alfredo Guevara en particular, a los comentarios, evidentemente intencionados de Blas Roca —a partir de opiniones de unos trabajadores sobre las películas exhibidas, y que él asume como correctas—, en su origen parece desmedida; sin embargo, en el transcurso del debate se muestra que se pretende evitar que el PURSC, y particularmente aquellos que impulsan el realismo socialista, se involucren en la definición del tipo de películas que el ICAIC debe promover y difundir en Cuba.
Ya en el conflicto antes mencionado entre Alfredo Guevara y Carlos Franqui, a propósito del documental PM, se mostró que una de sus aristas fue precisamente la competencia o no de hacer cine fuera del ICAIC; ahora el asunto es sobre quién tiene injerencia en las decisiones de ese organismo, o lo que es lo mismo: la relación de poder entre el Partido y el gobierno.
Es interesante notar que los actores de este segundo ámbito de debates son, por un lado, los directores y productores vinculados con Guevara en el ICAIC y un conjunto de escritores, y por el otro funcionarios del PURSC, todos ellos provenientes del antiguo PSP. Esto nos permite afirmar que esta polémica es expresión del sectarismo; pero también, y sobre todo, es parte del primer debate, no resuelto años antes; pues, como es evidente, las palabras de Fidel Castro a los intelectuales permiten las dos interpretaciones. La esencia del problema es definir qué significa «dentro de la Revolución».
Como en el ámbito anterior, nadie gana ni pierde totalmente; las políticas culturales son un claro-oscuro. En principio, el realismo socialista no se impuso como una corriente estética dominante ni en la plástica ni en la literatura ni en el cine; muestra de ello es la producción cultural de esa época. Sin embargo, los censores se atribuyeron la potestad para definir lo que queda «dentro de la Revolución», y los parámetros nunca fueron totalmente claros, por lo menos hasta el discurso de Fidel Castro en 1971. La censura más importante, o quizá la que trascendió a nivel internacional fue a propósito de dos premios entregados por la UNEAC en 1968; uno, el de Poesía a Heberto Padilla, por Fuera de juego, y el de Teatro a Antón Arrufat, por Los siete contra Tebas. Las obras premiadas se publicaron, pero con un prólogo donde se declaraba que eran contrarrevolucionarias.31
La relación entre el Gobierno y el arte atravesó tensiones desde el inicio de la Revolución, sin embargo se fue decantando y llegó a finales de la década con una postura clara: la producción cultural puede ser revolucionaria o contrarrevolucionaria, y el gobierno es el que determina esta diferencia. La imprecisión de los parámetros en buena medida es una política cultural en el sentido de que permite actuar en términos casuísticos y así se hizo; tanto Fidel Castro como Ernesto Guevara compartieron posiciones en contra de los manuales; y en relación con lo que debía ser publicado mantenían posturas también similares y claras en cuanto al derecho del Estado revolucionario a censurar.
Se transita de un discurso sobre la libertad de expresión, pero claro en relación con el derecho del Estado a definir lo revolucionario de la producción cultural, a uno de Ernesto Guevara —donde los artistas no formados por la Revolución tienen un pecado de origen—, hasta llegar a las afirmaciones de Fidel Castro en su discurso de 1971 en el que califica a algunos escritores y artistas como «un grupito de hechiceros que son los que conocen las artes y las mañas de la cultura», además de ser portadores de una nueva forma de colonialismo cultural; y concluye con que el gobierno revolucionario valora «las creaciones culturales y artísticas en función de la utilidad para el pueblo, en función de lo que aporten al hombre, en función de lo que aporten a la reivindicación del hombre, a la liberación del hombre, a la felicidad del hombre».
Este cambio de matiz puede ser explicado por los vínculos entre Heberto Padilla y Cabrera Infante,32 pero en realidad trasciende a los sujetos y emerge como el inicio de una política cultural mucho más estricta, aunque no fue nunca un triunfo de los defensores del realismo socialista. Esta política cultural es también resultado de un cambio en la correlación de fuerzas a nivel internacional. La muerte de Che Guevara en 1967 anuncia la derrota de los movimientos sociales alternativos en América Latina; la efervescencia de 1968 expira en junio con la derrota del mayo francés; la posibilidad de un socialismo más humano que el soviético llegó a su fin en agosto de ese año con la invasión soviética a Checoslovaquia. El premio de la UNEAC fue entregado dos meses después de la invasión. En el contexto internacional, parecían terminadas las condiciones para un ejercicio de poder autónomo y para realizar experiencias innovadoras en la construcción del socialismo; para inicios de la década de los 70 esto era ya una realidad.33
Después del fracaso de la zafra de 1970, el espacio de libertad para la reflexión y crítica sobre el tipo de política cultural que demanda un socialismo diferente al soviético había terminado, porque la libertad requería de un desarrollo productivo, industrial y tecnológico que Cuba no había logrado en los diez años transcurridos, lo cual obliga al Gobierno revolucionario a un acercamiento con la URSS.
En 1971, se nombra a Luis Pavón Tamayo34 presidente del Consejo Nacional de Cultura y con él se inicia una época de fuertes censuras en todas las artes. Esta política cambia, en alguna medida, en 1976 cuando se crea el Ministerio de Cultura y se pone a la cabeza a Armando Hart, un hombre inteligente, no dogmático y más proclive al diálogo, que permite un respiro al mundo de la cultura en Cuba.
El tercer ámbito de este segundo debate es sobre el tipo de marxismo que se requiere para la construcción del socialismo cubano, y los mecanismos de difusión masiva de esta corriente. De igual manera que en los debates precedentes, la discusión central volvía a ser la posibilidad de un socialismo original. Al igual que en los anteriores, participaron figuras importantes del gobierno y académicos que defendían una u otra postura, y también tuvo un fuerte impacto en la política educativa, pero en este caso sí hubo sectores ganadores y perdedores. Este es el último del período; con él se cierra no solo una década sino también el primer intento experimental de construcción de un socialismo diferente.
En este debate, el tema que aparece es el manualismo; sin embargo, el verdadero asunto está relacionado con la enseñanza del marxismo y las formas de que esto no conduzca al pensamiento dogmático sino a la reflexión permanente y a la emergencia de un pensamiento crítico capaz de entender y aplicar el marxismo en la realidad concreta cubana. La polémica en torno al uso de los manuales ocurre entre 1965 y 1972.
Durante 1966 se desarrolla el debate, propiamente dicho, entre Aurelio Alonso y dos profesores de la Escuela Superior del Partido, Humberto Pérez y Félix de la Uz, con el apoyo explícito del dirigente a cargo de esas escuelas, Lionel Soto; sin embargo, desde 1965 tanto Ernesto Guevara como el propio Fidel Castro hicieron alusión al problema del manualismo en la enseñanza del marxismo en Cuba.35 Se podría afirmar que era un debate dentro del propio gobierno. A diferencia de los otros ámbitos, en este caso la polémica aparece en dos niveles de discusión; mientras los defensores de los manuales argumentan sus ventajas en función del número y perfil de los estudiantes que se pretendía formar, los otros lo hacen sobre los riesgos de cancelar la creatividad y el desarrollo del pensamiento científico, si la enseñanza del marxismo se hace a través de manuales que, además de tener errores importantes, daban la impresión de ser recetas para ser aplicadas.
El último texto en contra de estos —escrito por Aurelio Alonso en 1972, aunque solo publicado recientemente—, es muy claro sobre esta asimetría en la discusión. Alude a un manual específico, al cual le critica, básicamente, dos cuestiones; una visión ahistórica del marxismo, llena de categorías y esquemas que si bien sintetizan el pensamiento de los clásicos, evitan entender su desarrollo como parte de un proceso histórico y propician su aplicación también de manera ahistórica. La segunda valoración es igualmente fuerte, Alonso argumenta que el marxismo es resultado de una polémica permanente, que buena parte de los textos de Marx y Engels, así como de los marxistas posteriores, como Lenin, Rosa Luxemburgo y Antonio Gramsci, son construidos sobre la polémica. Eliminarlas de la enseñanza del marxismo, así como a los autores con los cuales debatieron es destruir, en opinión de Alonso, la riqueza misma del marxismo. Además, y quizás lo más importante: enseñarlo como un cuerpo teórico acabado y no en permanente construcción a través del debate es sugerir a los estudiantes que este no permite creación de nuevos pensamientos en función de nuevas realidades.
Los defensores de los manuales no responden en este mismo nivel de análisis; incluso aceptan errores en ellos, pero aluden a los problemas prácticos que la Revolución enfrenta en términos de la formación marxista de una cantidad importante de militantes, la mayor parte de ellos con niveles de escolaridad apenas de primaria.36 El segundo elemento esgrimido se refiere al papel de los instructores y no a la debilidad de los manuales, los cuales pueden ser complementados con lecturas adicionales.
Como se observa, ambos discursos corren de manera paralela y, por lo tanto, la posibilidad de encontrar un punto de convergencia es estrictamente imposible; mientras los segundos buscaban soluciones pedagógicas masivas para socializar el marxismo de manera popular, los primeros pensaban en formar marxistas con pensamiento crítico y reflexivo. En un primer momento, como el debate se produce entre profesores de la Escuela de cuadros del Partido y Aurelio Alonso —y, de alguna manera, Fidel Castro y Ernesto Guevara—, parecería que nuevamente es entre miembros del ex PSP y los militantes del M-26-7; sin embargo, en este ámbito, el debate desdibuja las filiaciones y más bien enfrenta dos posturas teóricas y metodológicas sobre el marxismo. El último texto de Alonso es muy claro en relación con esto, mientras para unos el soviético representaba el único marxismo, para otros incluía las aportaciones de lo que se ha llamado el marxismo de Occidente y, por tanto, había la necesidad de hacer una reflexión ciertamente crítica de sus aportaciones después de Marx, Engels y Lenin. Todo esto con la clara intención de encontrar respuestas sobre la construcción del socialismo en un país subdesarrollado, monoproductor y latinoamericano, en medio de una Guerra fría altamente riesgosa por la posición geográfica de Cuba.
El impacto de esta polémica en la política educativa está, como en los ámbitos anteriores, llena de contradicciones. Las Escuelas de Instrucción Revolucionaria (EIR), creadas a finales de 1960 con la intención de formar en el marxismo al mayor número de participantes en la Revolución, fueron las principales usuarias de los manuales. Estas se clausuraron en 1968, cuando más de un millón de estudiantes habían pasado por ellas.
Por otra parte, desde 1962, con la reforma universitaria, se volvió obligatorio el estudio del marxismo para los estudiantes de todas las carreras. El Departamento de Filosofía, creado en 1963, se convirtió en el responsable de esta enseñanza en la Universidad de La Habana. Con este propósito editó Lecturas de Filosofía, antología que incluía desde clásicos del marxismo, hasta textos escritos por cubanos sobre la Revolución. Recogía, además, reflexiones a favor y en contra del manualismo. Esta antología alcanzó una edición de 28 000 ejemplares.37 Es decir, desde el Departamento se impulsó una forma diferente para la enseñanza del marxismo, pero solamente para estudiantes universitarios, lo cual representa un nivel de influencia significativamente menor al de las EIR.
El mismo Departamento de Filosofía editó la revista Pensamiento Crítico, entre 1967 y 1971, con una tirada mensual de hasta quince mil ejemplares. En ella se difundían traducciones del pensamiento marxista occidental que, sin duda, servían de apoyo a la enseñanza del marxismo en las aulas universitarias. El número de ejemplares es notablemente importante, incluso comparado con el de revistas actuales de este tipo, en Cuba y en el mundo. Sin embargo, el Departamento y la Revista fueron clausurados en 1971 y, como en los otros ámbitos del debate de esta década, se terminó con este esfuerzo masivo de formar marxistas no tan orientados por el soviético.
Ahora sí, al inicio de la década de los 70, varias de las ideas defendidas por Fidel Castro y Ernesto Guevara en los años 60, tuvieron que ceder, así como las de los marxistas que apostaron por el estudio de los aportes de occidente y combatieron el marxismo soviético, y el grupo de artistas y escritores críticos.
El primer Congreso del Partido Comunista de Cuba, en 1975, declara como equivocado todo el idealismo de la época anterior, básicamente en la economía y en la política. Vinculado con el primer aspecto, se considera como error no haber tomado la experiencia de otros países en la construcción del proceso cubano, haber asumido que las leyes objetivas de la Historia pueden ser superadas por la voluntad de los individuos. Se reconoció una conducción idealista de la economía, tanto en términos de los modelos de gestión, en relación con la política de gratuidad y de eliminación de impuestos, como en la eliminación de los mecanismos mercantiles entre las empresas y en la sociedad; y, finalmente, el impulso, no deseado, a la indisciplina laboral propiciada por la desconexión entre el salario y el trabajo. Considerando el ámbito político se entienden como errores el decaimiento del estudio del marxismo a partir de 1966, la confusión entre las funciones del Estado y el Partido, y la sustitución de los sindicatos por el movimiento de avanzada.
Conclusiones
Los 60 son años de definición en Cuba; los debates forman parte fundamental de este proceso. El carácter mismo de la Revolución estuvo en el centro de la polémica, y las presiones para desestabilizarla y comprimirla estuvieron presentes durante toda la década, no solo por la presión internacional, que aisló a la Isla casi totalmente a partir de 1962, sino también por el conjunto de fuerzas internas que, de un modo u otro, se oponía al carácter socialista de la Revolución.
El primer debate al respecto se realizó en los medios de comunicación, la mayor parte de ellos privados y contrarios a la Revolución y mucho más a la orientación socialista que se perfilaba, sobre todo después del segundo año del triunfo. La derrota de la postura contraria al proceso revolucionario fue contundente y relativamente sencilla, pues la burguesía local mostró incapacidad para organizar un frente liberal y, de igual manera, su carácter parasitario a la burguesía trasnacional y particularmente norteamericana, siempre en espera de su ayuda, para tomar lo que en realidad no eran capaces de ganar en la arena política. Los dueños de los medios de comunicación abandonaron sus propiedades, no fueron expropiadas. Sus activos fueron recuperados y convertidos en Imprenta Nacional y posteriormente, en algunos casos, en publicaciones nacionales de propiedad estatal.
El segundo debate, en torno al tipo de socialismo que habría que crear, fue complejo, innovador y exaltó la creatividad cubana; pero las condiciones objetivas económicas y políticas no permitieron la consolidación de un socialismo a la cubana en ese momento; se perdió una batalla, pero la guerra no tiene aún perdedores ni ganadores.
Quizá el elemento más importante de esta confrontación es que fue impulsada desde la autoridad, para encontrar respuestas distintas a preguntas diferentes. En las democracias capitalistas, las polémicas existen, pero tienen una diferencia fundamental: se realizan para justificar una política ya definida por el gobierno de turno, o son impulsados desde la oposición para restarle apoyo. En el caso de Cuba, el debate se realiza para encontrar soluciones, y los que deben ceder pueden ser incluso figuras importantes de la Revolución.
Esta característica le imprime a la reflexión una importancia significativa, sobre todo en la actualidad, cuando en Cuba se ha regresado a esta práctica de los debates, a partir del denominado Período de rectificación de errores. La Cuba supuestamente autoritaria da nuevamente un ejemplo de democracia participativa y llama a debate a toda la población, a buscar soluciones consensuadas. Quizás por este tipo de práctica, el socialismo cubano no se derrumbó cuando lo hizo el soviético. El tema central de este debate tiene además vigencia: qué tipo de socialismo se puede y se quiere construir en Cuba hoy. Ciertamente, las condiciones económicas y políticas son diferentes, pero la pregunta sigue siendo pertinente.
Martagloria Morales
Temas
Notas
1. Casi todos fueron derrotados a finales del decenio, y los triunfantes, como el caso de la Revolución cubana, quedaron aislados en un mundo hegemonizado por los Estados Unidos.
2. Las luchas entre las diferentes corrientes de la izquierda fueron realmente feroces, casi como si fueran posturas antagónicas, al extremo de aliarse en ocasiones con sectores de la derecha para derrocar posiciones de ciertos grupos de izquierda. Esta práctica estuvo presente en los grupos trotskistas en Europa y América Latina.
3. Después del golpe de Estado de Batista, en 1952, la resistencia fue múltiple aunque aislada; los tres grupos mencionados son los más importantes, pero no los únicos. En 1956 se inicia el proceso de unidad, tanto por los acuerdos firmados por el M-26-7 con el Directorio Revolucionario, el 31 de agosto de 1956 (Carta de México), como por las resoluciones tomadas por el Comité Central del Partido Socialista Popular (Comunista) en 1958, en relación con el apoyo al movimiento armado de Fidel Castro. Véase Francisca López Civeira et al., Cuba y su Historia, Editorial Félix Varela, La Habana, 2003.
4. El origen del Directorio parece ser una decisión de la Federación Estudiantil Universitaria (FEU) para crear un brazo armado. Aunque la FEU fue creada, en 1923, por Julio Antonio Mella y este tenía vínculos orgánicos con el entonces Partido Comunista, lo cierto es que las tendencias ideológicas de los miembros del Directorio son tan amplias como las que prevalecían en el M-26-7. Véase María López Vigil, Ni paraíso ni infierno. Cuba, Envío, Nicaragua, 1999.
5. La participación del PSP en la Revolución es compleja; algunos autores refieren que no es sino hasta mediados de 1958 cuando Carlos Rafael Rodríguez es enviado por el Partido a la Sierra Maestra y es autorizado el levantamiento armado de Félix Torres en Las Villas. Véase Julio César Guanche, «El continente de lo posible. Política y cultura en Cuba. 1951-1968», Ponencia presentada en el Diplomado Diálogo con la cultura cubana en el período revolucionario, Instituto de Historia de Cuba, La Habana, 6 de diciembre de 2007. Sin embargo, otras versiones mencionan que antes del desembarco del Granma, el Partido, después de un largo debate del Comité Central decide apoyar la insurrección a través de dos mecanismos: por un lado, envía emisarios a México a hablar con Fidel Castro y por el otro permite a sus militantes a vincularse con el M-26-7.
6. El contexto de la Guerra fría y la influencia de los Estados Unidos, sobre todo en la burguesía y la clase media cubana, explican el anticomunismo de la época, pero también las diferencias entre algunos grupos de izquierda que no eran partidarios de las posturas del PSP. Véase Julio César Guanche, ob. cit.
7. Véase Yadira García Rodríguez, «1959-1960: crónica de una polémica ideológica en torno al rumbo de la Revolución cubana», en Rafael Pla León y Mely González Aróstegui, coords., Marxismo y Revolución, Editorial de Ciencias Sociales y Centro Juan Marinello, La Habana, 2006.
8. Véase Julio César Guanche, ob. cit.
9. Véase Jean Paul Sartre, Sartre visita Cuba; Ideología y Revolución; Una entrevista con los escritores cubanos; Huracán sobre el azúcar, Ediciones R, La Habana, 1960.
10. Después de enero de 1959 solo fueron clausurados tres medios impresos, cuyos directores y dueños habían actuado como represores del pueblo, y solo tres radiodifusoras dejaron de trasmitir, dos de ellas propiedad de Batista y otra de Eusebio Mujal, secretario general de la Confederación de Trabajadores de Cuba (CTC), quien, vinculado a la dictadura, se dedicó a reprimir el movimiento obrero en la Isla. El resto de los medios siguió funcionando hasta que sus dueños dejaron Cuba. Esta actitud constituye un elemento que muestra la debilidad de la burguesía local. Véase Juan Marrero et al., «El periodismo en la Revolución cubana», Ponencia presentada al Encuentro Internacional de Historia, Instituto de Historia de Cuba, La Habana, 25 de noviembre de 2004, www.cubaperiodistas.cu.
11. El periódico Revolución nace como órgano oficial del M-26-7. Incluso circula en la clandestinidad durante las luchas del Ejército Rebelde. Después del 1º de enero de 1959, es dirigido por Calos Franqui, y el suplemento Lunes de Revolución, que aparece del 23 marzo de 1959 al 6 de noviembre de 1961, fue dirigido por Guillermo Cabrera Infante, ambos con fuertes diferencias político-ideológicas con los militantes del PSP del ámbito artístico, por el conflicto en la Sociedad Cultural Nuestro Tiempo, algunos años antes del triunfo de la Revolución.
12. Órgano de difusión del PSP.
13. Existen diferentes opiniones en torno a si las acciones de los dos primeros años de la Revolución solo cumplen el Programa del Moncada o si van más allá. En este artículo, se asume lo primero. Véase María del Pilar Díaz Castañón, Ideología y Revolución. Cuba 1959-1962, Editorial de Ciencias Sociales, 2004.
14. En junio de 1959 se publicó en Bohemia la encuesta realizada por la publicitaria OTPLA, en la cual se reporta que 90% de la población está de acuerdo con todas las acciones del Gobierno revolucionario. En septiembre de 1960 se aprueba, con un respaldo popular muy amplio, la primera Declaración de La Habana.
15. PM fue un documental breve sobre la vida nocturna cubana. Fue trasmitido por la televisión cubana en el espacio del periódico Revolución, pero fue suspendido, en buena medida, por la intervención de Alfredo Guevara en aquel momento presidente del ICAIC. El argumento fue que, según PM, en pleno ataque norteamericano, los cubanos se divertían, como si no se tomaran en serio la defensa de la Revolución.
16. Como Julio César Guanche, ob. cit.
17. Hasta donde pude investigar, no existe un análisis de la fuerza de cada uno de estos grupos en las diferentes posiciones de poder del Gobierno revolucionario.
18. Se mantuvo ligado al Gobierno revolucionario hasta 1968, cuando sale definitivamente del país y se lleva a su familia a vivir a Italia. Rompe con el gobierno, según él, por la invasión de la Unión Soviética a Checoslovaquia. La respuesta a la crítica de Alfredo Guevara, así como la percepción de Franqui sobre el deslinde de Fidel Castro, se publican en «Castro y los escritores», Vuelta, n. 54, México, DF, mayo de 1981.
19. En el caso específico de Carlos Franqui, en una entrevista reciente él afirma: «Revolución representaba la corriente revolucionaria no comunista, frente a la corriente marxista-leninista, y de alguna manera estaba dando una batalla en la cultura». Véase Ricardo Cayuela Gall, «Entrevista con Carlos Franqui», Letras Libres, México, DF, noviembre de 2004.
20. Fidel Castro, «Palabras a los intelectuales», discurso pronunciado por Fidel Castro como conclusión de las reuniones con los intelectuales y artistas cubanos efectuadas en la Biblioteca Nacional los días 16, 23 y 30 de junio de 1961, www.granma.cubaweb.cu.
21. Julio César Guanche, ob. cit.
22. Las fechas corresponden al conjunto de publicaciones de uno y otro bando en relación con la política económica, las películas que deben ser exhibidas, el tipo de expresión artística que requiere el pueblo, y la enseñanza del marxismo. El último texto, no publicado en la época, pero recuperado recientemente, es de 1972. Su autor es Aurelio Alonso y se proyecta en contra del manualismo. Véase Rafael Pla León y Mely González Aróstegui, ob. cit.
23. Aunque desde enero de 1959 las tres organizaciones tenían reuniones para definir aspectos organizacionales de las tareas del gobierno de la Revolución, no fue hasta mayo-junio de 1961 cuando se inicia la formación de las Organizaciones Revolucionarias Integradas (ORI). Este proceso se vio afectado por el sectarismo de las tres organizaciones. Aníbal Escalante, secretario de organización de las ORI, permitió e incluso fomentó que los miembros del PSP fueran los integrantes mayoritarios de esta nueva organización y se relegó a los militantes del M-26-7 y del Directorio. Posteriormente, fue retirado de su función y las ORI desaparecieron; se inició entonces el proceso de fundación del PURSC.
24. En el momento del debate Ernesto Guevara era ministro de Industria; Alberto Mora, de Comercio Exterior y Joaquín Infante Ugarte, director de finanzas del Instituto Nacional de la Reforma Agraria, del cual era presidente Carlos Rafael Rodríguez.
25. Véase Ernesto Che Guevara, El gran debate sobre la economía en Cuba. 1963-1964, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2004.
26. Ernesto Che Guevara, «El socialismo y el hombre en Cuba», Escritos y discursos, t. 8, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1977.
27. Dos textos permiten afirmar que los dos modelos fueron parcialmente implantados en Cuba: por un lado, el Informe Central del Primer Congreso del Partido Comunista de Cuba (1975), en donde se afirma lo anterior, y en segundo lugar, Ernesto Che Guevara, «Sobre el Sistema Presupuestario de Financiamiento», El gran debate, Ocean Press, Nueva York, 2006, pp. 68-96.
28. En 1976 se aprobó el Decreto-ley 14 que autorizaba la existencia de un muy pequeño sector privado por cuenta propia. Véase Aymara Hernández Morales, «Reformas descentralizadoras cubanas de los años 90. Diseño, implementación y resultado», en Alain Basail Rodríguez, comp., Ensayos de sociología joven, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2006, p. 45.
29. En 1966 llegaron al XII Congreso de la CTC solo 14 sindicatos nacionales de los 25 existentes, pues la mayor parte de ellos fueron sustituidos por Comisiones, y también por Grupos de avanzada. En 1973, en el XIII Congreso se restablece la importancia de los sindicatos y se pide que el Partido no sustituye los sindicatos; sin embargo, todavía hay imprecisiones sobre el papel de estos en la industria nacionalizada.
30. Véase Graziella Pogolotti, selección y prólogo, Polémicas culturales de los 60, Letras Cubanas, La Habana, 2006.
31. Según uno de los jurados, el gobierno trato de convencerlos de no otorgar los premios a estos autores; sin embargo, ellos se mantuvieron en su posición y los otorgaron por unanimidad. En 1971, por presiones del gobierno, Heberto Padilla manifestó una disculpa pública. Posteriormente, solicita su salida del país, pero esta no se materializa sino hasta la década de los 80. Este incidente motivó que algunos intelectuales del medio internacional, que originariamente apoyaron la Revolución, como Jean Paul Sartre, escribieran una carta repudiando la acción.
32. Ya fuera del país y declaradamente contrarrevolucionario.
33. Todavía en enero de 1968 en el discurso de Fidel en el Congreso Cultural de La Habana (Internacional) se muestra optimista de la respuesta de los movimientos sociales frente al avance del imperialismo norteamericano, por el asunto de Viet Nam; con el papel de los intelectuales en la Revolución, incluso asume que en ocasiones el marxismo es más dogmático que la propia religión. Pero para agosto de 1968, se produce la invasión soviética a Checoslovaquia. Incluso en el discurso donde Fidel Castro respalda la política soviética y del Pacto de Varsovia en relación con Checoslovaquia, se manifiesta un margen de distancia con la Unión Soviética, pues el respaldo es político pero no jurídico y de paso se pregunta si la misma política sería aplicada en Viet Nam o en Cuba. Véase Rafael Hernández, «Andar sin muletas. Cultura, política y pensamiento crítico en Cuba», Casa de las Américas, n. 249, La Habana, octubre-diciembre de 2007.
34. En aquel entonces era director de la revista Verde Olivo, de las Fuerzas Armadas. Se dice que de él provinieron todas las acusaciones de contrarrevolucionarios para los artistas y escritores de la época, junto con Jorge Serguera, quien fue nombrado director del Instituto Cubano de Radiodifusión y de Armando Quesada, responsable de teatro del propio Consejo. En opinión de los artistas estas fueron las áreas de la cultura más afectadas. Sin embargo, se mantiene a Alfredo Guevara al frente del ICAIC, lo cual permite que en él se refugien algunos de los desplazados de la radio y el teatro. Eso explica la trayectoria del cine cubano incluso en esa época, aunque evidentemente fue menos rica que en la década anterior. Véase La política cultural del período revolucionario: memoria y reflexión, Editorial Criterios, La Habana, 2007.
35. Véase Rafael Hernández, ob. cit. Este artículo explica de manera puntual la posición de Fidel Castro y de Che Guevara en relación con la enseñanza del marxismo.
36. Se estima que de más de un millón de estudiantes que pasaron por esta escuela y la básica, menos de 20% tenían una escolaridad superior al sexto grado, lo cual sin duda generaba dos problemas prácticos: la disposición de materiales publicados para el estudio y el tipo de materiales disponibles dada la escolaridad de los participantes.
37. Véase Néstor Kohan, «Pensamiento Crítico y el debate por las ciencias sociales en el seno de la revolución cubana», en Néstor Kohan et al., Crítica y teoría en el pensamiento social latinoamericano, CLACSO, Buenos Aires, 2006. Cifra nada despreciable, pero no comparable con los datos proporcionados por Julio César Guanche de que solo en 1962 se distribuyeron cerca de un millón de publicaciones, cuadernos y folletos para el estudio del marxismo.
Fuente: http://www.temas.cult.cu/articulo/2330/los-debates-de-la-decada-de-los-60-en-cuba
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