Mucho se ha dicho y se dirá sobre el grotesco show que tuvo lugar en Miami el 16 de junio y las mentiras y amenazas contra Cuba allí proferidas. El discurso de Trump, incoherente y torpe como todos los suyos, dejó en claro al menos dos cosas: que hará todo lo que pueda para endurecer la política contra Cuba, anulando los tímidos pasos que había dado su predecesor y que el actual Presidente es un mentiroso irremediable.
Es costumbre allá en el Norte mezclar la política con el espectáculo, la información con el divertimiento, aunque sea, como en este caso, de pésimo gusto. Para quien lo observa desde fuera es recomendable una buena dosis de duda cartesiana y la prudencia necesaria para no dejarse confundir. Sobre todo si se trata de lo que diga alguien como el estrafalario ocupante de la Casa Blanca.
Con razón la congresista federal Barbara Lee, incansable luchadora por la justicia y los derechos civiles, al rechazar el discurso de Trump, subrayó la importancia de pelear por evitar que las regulaciones específicas para traducir en normas obligatorias la directiva presidencial sean aun más perjudiciales para los pueblos de los dos países. Allí mismo ese día se dio una prueba evidente de la justeza de su preocupación.
En su perorata Trump anunció que iba a emitir una nueva orden ejecutiva para reemplazar la ya derogada que había orientado la política de Obama en sus últimos dos años. Allí delante de todos, estampó su firma en el documento que aparece en el sitio oficial de la Casa Blanca pero que nadie leyó.
Lo que dijo no corresponde exactamente con lo que suscribió y esto último es lo que vale, lo que tiene fuerza legal y guiará la conducta de su Administración. El contraste es evidente, por ejemplo, en el caso de las remesas que reciben muchos cubanos en la isla de sus familiares residentes en Estados Unidos. Según el que habló en Miami tales remesas continuarían y no serían afectadas.
Pero allí mismo, en el mismo acto, sin esconderse, firmó una orden que dice exactamente lo contrario. A esta cuestión de las remesas dedica varios párrafos el documento titulado “Memorandum Presidencial para el Fortalecimiento de la Política de Estados Unidos hacia Cuba”, que firmado por Trump publicó la Casa Blanca y con todas las letras establece que serían millones los cubanos residentes en la isla a quienes no se les permitiría recibir remesas.
En la Sección III, inciso (D) la definición de “funcionarios prohibidos del gobierno de Cuba” se amplía ahora para abarcar más allá de los dirigentes del Estado y el Gobierno cubanos a sus funcionarios y empleados y a los miembros y empleados de las Fuerzas Armadas y el Ministerio del Interior, a los cuadros de la CTC y a los de los sindicatos y los Comités de Defensa de la Revolución locales. El profesor William M. Leogrande calcula que se trataría de más de un millón de familias.
Trump alardeó de que echaría abajo todas las medidas adoptadas por Obama y probablemente se propone hacerlo. Pero sabe que ello contradice los intereses y opiniones de algunos sectores empresariales vinculados al Partido Republicano y por eso se escudó tras su retórica agresiva y su jerga a menudo indescifrable. Respecto al tema de los cubanos y las remesas no le quedó otro remedio que emplear su arma favorita: la mentira.
Habrá que ver ahora como redactan y aplican esta nueva orden que pretende castigar al conjunto de la población cubana.
Ricardo Alarcón de Quesada
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