sábado, 25 de febrero de 2017
Fidel después de Fidel
Con este texto de Gallego, desde Camagüey, comienza en La Tiza la publicación de un grupo de valoraciones escritas por jóvenes que provienen de distintas profesiones, espacios culturales y visiones de la Cuba que será, motivados por la pregunta que da inicio al texto.
“Después de Fidel ¿qué?” ha sido la idea que nos ha reunido a un grupo de jóvenes para reflexionar y debatir acerca del futuro a corto y mediano plazo de Cuba luego de la muerte de Fidel Castro, máxima figura del proceso revolucionario iniciado en 1959.
Considero que para hacer productivo este debate, la pregunta debe ser planteada desde dos dimensiones, que aunque complementarias, no necesariamente tienen iguales implicaciones: 1- Fidel entendido como figura con capacidad de acción real sobre las políticas que determinan el rumbo del país y; 2- Fidel entendido como generador de pensamiento y de un corpus ideológico.
En el caso de la primera dimensión, la pregunta en cuestión podría plantearse incluso mucho antes del 25 de noviembre de 2016. A mi juicio la incidencia real, puntual y concreta de Fidel sobre las decisiones y políticas del país estaba bastante limitada -ya sea por salud, voluntad propia, estrategia política o una mezcla de todas- algún tiempo después de que renunciara a sus cargos y comenzara el primer período de Raúl Castro como Primer Secretario del Partido Comunista de Cuba y presidente electo de los Consejos de Estado y de Ministros.
Cuba tiene un vacío enorme en términos de comunicación política y visibilidad de los procesos de gobernanza que limitan una valoración profunda en una cuestión tan complicada como esta; pero si se analizan las reflexiones publicadas por Fidel se puede observar cómo su foco de interés estuvo concentrado en mayor medida en temas generales de política internacional e históricos, y estos últimos incluso fueron cediendo espacio ante temáticas relacionadas con la protección del medio ambiente, el desarrollo sustentable, la conservación de la especie humana y otras. También resulta sintomático que varios de los programas de la llamada Batalla de Ideas, impulsada por Fidel a principios de siglo, fueran desapareciendo o recibiendo muchísimo menos recursos y prioridad –por razones económicas o de planificación- luego de la toma de poder de Raúl Castro.
Por otra parte, las sustituciones de cuadros y ascenso a puestos claves del gobierno y la economía de figuras con formación y funciones militares, así como el posicionamiento de empresas militares en las principales ramas de la economía (turismo, importaciones, construcción) también estaban consolidados mucho antes del 25 de noviembre de 2016.
Por tanto, en este sentido, no creo que la muerte de Fidel signifique un elemento decisivo para el cambio de rumbo en las medidas que ha adoptado o dejado de adoptar la máxima dirección del país en la última década.
Ahora bien, si pasamos a la segunda dimensión, las respuestas a la pregunta podrían ser muy diferentes. Luego de cinco décadas en que las ideas y criterios de Fidel -incluso aquellos que resultaron menos afortunados- marcaran los derroteros del país, es de esperar que todo ese núcleo de pensamiento plasmado en términos éticos y también prácticos, siga teniendo una presencia real, como ha sucedido con la mayoría de los grandes líderes y estadistas de la historia.
Y aquí, lo primero que debemos preguntarnos entonces es: ¿A qué llamamos “pensamiento de Fidel”? ¿Cuáles son sus dimensiones y categorías? ¿Cómo se integran y relacionan en un sistema conceptual coherente y orgánico? ¿Podemos realmente dar respuestas a estas preguntas o estamos cosificando un grupo de ideas en algo que llamamos “pensamiento de Fidel”, mitificado al estilo barthesiano y que intenta pasar por obvio algo que en realidad tienen mucho de desconocido?
Por alarmante que suene creo que esta es una tarea pendiente, que requiere de mucho trabajo serio, estudio, análisis crítico, sincero y desprejuiciado que posibilite ordenar y construir –entre la múltiple producción de ideas de Fidel sobre todo la expresada oralmente en sus discursos– la síntesis del pensamiento fidelista. De lo contrario, lo que puede ser un reservorio conceptual importante para el sostenimiento y perfeccionamiento de la obra social y los principios de la Revolución, pudiera petrificarse en un conjunto fraseológico descontextualizado y empleado a conveniencia por los nuevos “guardianes de la fe”, “los más fidelistas que Fidel” –que ya existen y de seguro seguirán emergiendo– para mantener las posiciones de poder que poseen o para conquistar nuevos espacios, incluso cuando proponen y ejecutan acciones contrarias al propio pensamiento que dicen defender.
Y esto no es una suposición o un escenario posible, es algo que ya sucede. Un pequeño ejemplo reciente: Luego de que finalizaron los nueve días de luto oficiales por la muerte de Fidel circuló por las instituciones culturales del país un documento con un grupo de veinte medidas que limitaba la realización de cualquier tipo de actividad festiva, bailable o humorística durante todo el mes de diciembre en espacios públicos, instituciones y medios de comunicación, incluyendo el fin de año, con toda la significación cultural que encierra esa fecha para la mayoría de los cubanos.
En resumen, era una forma disimulada de establecer un luto extendido y forzado que además de ser contraproducente política y simbólicamente, se encuentra en franca contradicción con el deseo explícito de Fidel de redactar una norma legal que impidiera que el país se llenara de estatuas, pinturas y espacios con su nombre e imagen. Por suerte, a poco más de una semana de haber circulado las “Indicaciones sobre el ajuste de la programación de diciembre”, los estados de opinión pública o la decisión de alguien posicionado en las altas esferas políticas, hicieron que se desestimaran algunas de sus orientaciones más excesivas y quedaran como “un error de interpretación”.
Cuba se encuentra inmersa en un proceso necesario e impostergable de transformaciones económicas y sociales, en medio de un contexto internacional marcado por el repunte de ideologías conservadoras, y la mayoría de las decisiones que se pueden tomar en función de mejorar la economía nacional en un mundo predominantemente capitalista traen aparejadas cuotas de riesgo que no pueden dejar de desconocerse. En este sentido es importante tener presentes los principios de equidad, justicia social y soberanía plasmados en buena parte del ideario de Fidel.
Sin embargo, los cubanos tenemos en José Martí el ejemplo palpable de cómo, en demasiadas ocasiones, un sistema de pensamiento profundo, complejo y crítico puede ser reducido a frases descontextualizadas, simplificado, despojado de su complejidad y usado a conveniencia lo mismo para impulsar, que para contener. Sirva de ejemplo, aquella frase de que “la prensa es otra cuando se tiene en frente al enemigo”(A nuestra prensa, 1892) tan sacada de contexto, malinterpretada y manida dentro del gremio periodístico cuando quiere justificarse la censura sobre el ejercicio de la crítica.
Sin ir muy lejos, la propia definición ética que dio Fidel sobre el término Revolución en mayo de 2001, se ha convertido ya en una especie de consigna que se reitera a la par que se incumple en varios de sus puntos, y que debido al sobredimensionamiento que se le ha dado luego de la muerte de Fidel pudiera correr el riesgo de convertirse en la síntesis que sustituya todo su ideario. Por otra parte, al ser un pensamiento planteado en términos éticos, puede dar lugar a diferentes interpretaciones: “cambiar todo lo que debe ser cambiado” puede servir de bandera lo mismo a tesis progresistas y revolucionarias, que a otras conservadoras y neoliberales. Muchos de los grandes avances y retrocesos que en materia social y política ha vivido la humanidad, se han hecho utilizando la palabra “cambio” como consigna.
Por otro lado, a diferencia del ideario martiano, el pensamiento de Fidel no solo está planteado en términos éticos, sino que también tiene correlato práctico en cuestiones altamente positivas como sistemas de salud y educación universales, gratuitos y con amplios niveles de desarrollo; en políticas para el fomento de las capacidades científicas, culturales y deportivas de los ciudadanos; en la inclusión de las mujeres como grupo social activo de pleno derecho, entre otras. Pero también está concretado en un sistema político unipartidista y vertical que desborda los límites de sus funciones y que por lo general no ha sido lo suficientemente inclusivo ni tolerante con otras formas de pensamiento; un modelo de gobierno y participación ciudadana que presenta serias limitaciones para el ejercicio democrático pleno a todos los niveles; y un modelo económico necesitado de transformaciones urgentes que afecta considerablemente el mantenimiento de las conquistas de la Revolución, por solo citar algunas de las áreas más conflictivas.
Pensar que las características de estas estructuras –que responden a circunstancias y situaciones específicas– son sinónimo de premisas inamovibles para el futuro de Cuba o equipararlas con la concreción práctica unívoca de los principios del socialismo, pueden hacer que el pensamiento de Fidel –o el uso de lo que se presente como el pensamiento de Fidel– se convierta más en un freno que en un motor.
Por tanto, respondiendo a la pregunta inicial de este trabajo, uno de los principales retos que tiene Cuba después de Fidel, es que seamos capaces de establecer con su ideario lo que no fuimos capaces de hacer en casi medio siglo: lograr un diálogo horizontal, crítico, desacralizado con sus ideas y proyectos, tanto aquellos que están formulados en términos éticos como los que se encuentran concretados en instituciones, sistemas o modelos. Que las frases y pensamientos de Fidel no sean empleados como argumentos de autoridad esgrimidos para poner puntos finales a debates que resulten “incómodos”, que no se conviertan en la barrera que impone los límites infranqueables en función de determinados criterios e intereses, en el catecismo a profesar sin cuestionar. Que las aristas de su pensamiento se conviertan en un lugar de búsqueda, de estudio, de reflexión, de inspiración –para el que así lo sienta– pero sin jerarquías ni tabúes; como estímulo y nunca como pauta.
Ese es el gran reto. Difícil, complicado y con toda sinceridad, pienso que nos costará mucho afrontarlo con éxito por tres razones fundamentalmente: 1- Porque es muy poco probable que al menos en el corto y mediano plazo logremos establecer con el pensamiento de Fidel una relación diferente a la de idolatría/temor que se estableció con el propio Fidel; 2- Porque el trabajo político ideológico en Cuba de manera general se ha caracterizado por el consignismo y la sobresaturación, más que por la creatividad y la mesura, y resulta ingenuo pensar que el pensamiento de Fidel no sufrirá las mismas lógicas de reducción, sacralización y repetición a las que han sido sometidos los idearios martiano, marxista, guevariano, maceísta entre otros; y 3- Porque lo que hemos visto en estos primeros meses por los medios de comunicación reafirma las dos razones anteriores.
No obstante, el solo hecho de plantear, discutir y confrontar abiertamente sobre estas ideas resulta saludable para evitar la cosificación del pensamiento fidelista en un sistema cerrado, dictatorial y excluyente. Sobre todo, son una señal esperanzadora cuando la idea nace, sin censuras ni condicionamientos previos, de manera espontánea en un grupo de jóvenes.
Ojalá iniciativas como estas ganen en convocatoria, apoyo y difusión, y no les toque caer –como ha ocurrido muchas veces– en la “lista negra” de algún funcionario de sapiencia superior e hipersensibilidad patriótica que las condene descargando un puñetazo seco sobre su buró mientras una sensación de ira le recorre desde la punta de la barriga hasta donde logra abrochar el último botón de la guayabera y espeta lleno de pasión cólerica: “Dentro de la Revolución todo, contra la Revolución, nada”.
José Raúl Gallego Ramos
La Tiza
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