jueves, 15 de diciembre de 2016
Un legado de Fidel para el mundo: teoría y práctica
Desde sus estudios secundarios en los años 1950, Fidel Castro empezó a familiarizarse con los escritos y las actividades de José Martí, entre otros cubanos del siglo XIX que lucharon por la justicia social y la independencia de España. Fidel leyó los 28 volúmenes de la obra de Martí. También estudió los trabajos y las actividades prácticas de Marx, Engels y Lenin. Analizó y profesaba un gran respeto por la revolución bolchevique. En el primer período de sus admirables estudios autodidácticos, vivió y fue activo políticamente, no solamente en Cuba sino también en otros países latinoamericanos, como en República Dominicana. Las tradiciones e ideas revolucionarias de la región influyeron también en su manera de pensar. Éstas absorbieron su pensamiento y su espíritu político como revolucionario de una rápida evolución, listo a entregar su vida por la causa de los más vulnerables. Su sed por familiarizarse con las diferentes tendencias del pensamiento y la acción política cubana e internacional lo acompañó toda su vida.
Entre muchos otros aspectos, el legado de Fidel reside en su singular capacidad para unir la teoría y la práctica. Y lo hizo, teniendo en cuenta su longevidad política sin precedentes históricos, como ningún otro revolucionario del siglo XX y de comienzos del siglo XXI. Gabriel García Márquez, icono del pensamiento latinoamericano, quien lo conoció muy bien personalmente, escribió que Fidel es “el antidogmático por excelencia” (“A Personal Portrait of Fidel Castro.” In Fidel Castro, Fidel: My Early Years, Ocean Press, Melbourne, 1998, página 17). Vale la pena detenernos a reflexionar acerca de la evaluación del alcance del antidogmatismo de Fidel.
El Che Guevara vivió y luchó con Fidel Castro en el centro de la Sierra Maestra, y luego del triunfo de 1959. Estando en Bolivia, el 26 julio de 1967, aniversario del ataque a Moncada, el Che escribió en su diario boliviano acerca del “significado del 26 julio, como una rebelión contra las oligarquías y contra los dogmas revolucionarios” (Ernesto Che Guevara, The Bolivian Diary of Ernesto Che Guevara, Pathfinder Press, Montreal, 1994, página 239). Sí, usted leyó correctamente: “dogmas revolucionarios”. Fidel y el movimiento que lideró fueron forzados a irse contra la corriente dominante de la izquierda en aquel momento en Cuba, abriendo para ello el camino de la lucha armada por medio del ataque a dos cuarteles de Batista, entre ellos el de Moncada. De esta manera, esta rebelión fue también una revuelta contra esta izquierda, incapaz de entender ese momento histórico. Desde el punto de vista de una parte de la izquierda, Moncada no fue “políticamente correcto”. Parte de la izquierda, tanto en Cuba como a nivel internacional, difamaron a Fidel Castro como el protagonista de un “golpe pequeñoburgués” por esta vanguardista rebelión contra el Moncada. Supuestamente, ésta acción fue considerada como no justificada por los seguidores de los “manuales” marxistas, vistos por ellos como dogmas fijos en el tiempo y el espacio, antes que como una guía para la acción. Fidel dio un giro al pensamiento y a la práctica revolucionarios. Las estrategias y condiciones de los bolcheviques no fueron las mismas que existían en Cuba en los años 1950, que llevaron al triunfo de la revolución en 1959. La situación actual de Cuba tampoco es la misma que en 1959. Tan sólo una revolución como la cubana, depurada del dogmatismo, puede navegar en un mundo en cambio permanente.
En los años 1950, Fidel logró que la tendencia recalcitrante de la izquierda cubana se uniera a la causa. Lo hizo a través de las acciones del Movimiento 26 de julio, dentro de un espíritu de autosacrificio y del nuevo pensamiento político. Éste último, expresado en su discurso “La historia me absolverá”, constituyó su defensa ante el juicio seguido a su captura, después de la derrota de Moncada. Todos estos factores combinados sacudieron profundamente a Cuba, algo que tan sólo podía producir un pensador independiente, junto con sus colaboradores.
Lo demás es historia. ¡Pero no! ¿Cuántas veces luchó Fidel Castro contra la corriente y sacó a Cuba del callejón sin salida del desastre? Tan sólo una ilustración: en 1991, Fidel rechazó las reformas de Mijaíl Gorbachov y la capitulación ante Estados Unidos. De hecho, previó la caída de la URSS dos años antes de que ésta sucediera. ¿Dónde este requisito de resistencia y rebelión de vida y muerte, es expresado explícitamente en cualquiera de los trabajos de Marx, Lenin o José Martí? Aún si todas estas figuras políticas transpiran los principios, las ideas y la devoción del autosacrificio por la causa del pueblo que son aplicados a tales desafíos impredecibles. No obstante, aún con esta herencia del siglo XX y comienzos del siglo XXI, durante los amenazantes y turbulentos tiempos desconocidos entre finales de 1980 y 1991, los mismos revolucionarios cubanos debieron crear el camino a seguir. Estados Unidos esperaba la oportunidad, lamiendo sus heridas, con la idea de que Cuba cayera. ¿Dónde podría estar Cuba ahora si no hubiese roto relaciones en aquella época para de nuevo permanecer fiel a su tradición antidogmática, permitiendo así guiarse por nuevas ideas y orientaciones?
De esta manera, el legado de Fidel reside en su capacidad para unir la teoría y la práctica —o la práctica y la teoría, a través del análisis de las “condiciones concretas”. Es cierto que este “análisis” presupone un punto de vista teórico. Sin embargo, esta perspectiva, aplicada a la noción de “condiciones concretas”, significó observar el mundo concreto y comprender las necesidades y aspiraciones de las grandes mayorías del pueblo cubano en un momento determinado. Esta capacidad para unir, intrínseca y consistentemente, la teoría y la práctica, contribuyó a la formación de un revolucionario como Fidel.
Algunos podrían decir que al tratar este liderazgo ejemplar de Fidel acerca de la teoría y la práctica, se podría caer en la individualización de Fidel y así en la personalización de la Revolución cubana en detrimento del papel jugado por el pueblo y sus más cercanos colaboradores. Sin embargo, nada puede estar más lejos de la verdad. ¿En qué otra fuente, si no es en el pueblo, tiene éxito este análisis concreto y estas condiciones concretas? Las condiciones concretas corresponden al pueblo y a su continuo movimiento. La teoría y la práctica son inseparables cuando se trata de Fidel.
Adicionalmente a esta lección de método, manifestaciones concretas tales como sus pronunciamientos acerca de una miríada de temas domésticos e internacionales, hacen parte de su legado. En 2001, por ejemplo, dijo: “revolución es sentido del momento histórico; es cambiar todo lo que debe ser cambiado”. Esto dio a los cubanos una orientación práctica en la actividad política cotidiana. En 2005, cuando hacía frente a problemas domésticos, dijo: “Este país puede autodestruirse. Esta revolución puede autodestruirse, pero ellos [los poderes extranjeros] nunca podrán destruirnos; podremos destruirnos a nosotros mismos, y esto sería culpa nuestra”. En el complejo contexto del tema de las relaciones Cuba-Estados Unidos, desde el 17 de diciembre de 2014 Fidel expresó sus opiniones en varias ocasiones. Éstas no son solamente pertinentes sino necesarias para guiar las políticas cubanas actuales y futuras, así como para despertar la conciencia en la gente progresista del mundo entero con relación a estas polémicas preocupaciones internacionales.
No se puede sobrestimar el papel del individuo en la historia, pero sería engañoso subestimarlo. Charles Darwin, por ejemplo, fue un naturalista que postuló las teorías de la evolución y de la selección natural. Darwin rompió el molde estudiando los trabajos de otros científicos a quienes había consultado y, más importante aún, resultó ser el análisis de la naturaleza que hizo por su propia cuenta. De forma similar, Marx siguió este camino para hacer sus propios descubrimientos en el pensamiento social y político. Aun cuando no estoy comparando a Fidel con Darwin o Marx —pues él mismo condenaría una comparación tan injustificada, el principio del papel que juega la determinación individual en la apertura de nuevos caminos hasta ahora inexplorados, estableciendo vínculos entre el pensamiento y las condiciones, se aplica a Fidel. Es un arquetipo sobresaliente del siglo XX y hasta bien entrado el siglo XXI, ya que su pensamiento y su ejemplo serán aplicables por lo menos durante varias décadas más en este siglo.
Fidel fue una figura política que pensó por sí mismo. Sin embargo, su enfoque se basó ante todo en principios revolucionarios. Fue un antidogmático por excelencia, en quién la teoría y la práctica del movimiento de los más vulnerables de Cuba se entrelazaban hasta tal punto que se habían indistinguibles por sí solas. Él triunfó en su camino más allá que nadie más desde 1940 hasta el 11 octubre de 2016, última ocasión en que sus palabras fueron publicadas. Sin embargo, Fidel tuvo la última palabra el 25 noviembre de 2016 cuando Cuba —un pequeño país del tercer mundo, bloqueado, que tan sólo 56 años atrás rompió las ataduras de 500 años de colonialismo e imperialismo— fue el centro del mundo, sin dejar a nadie, amigos o enemigos, indiferente frente a este gigante de la teoría y la práctica. En la larga vida y obra de Fidel Castro, nunca se presentó una brecha entre la teoría y la práctica: éstas fueron una sola. Este legado, aplicable universalmente, hace ahora parte del camino a seguir por los sectores progresistas de la humanidad, por la gente vinculada a las fuerzas de izquierda y por los revolucionarios.
Arnold August, periodista y conferencista canadiense, el autor de los libros Democracy in Cuba and the 1997–98 Elections y Cuba y sus vecinos: Democracia en movimiento @Arnold_August FaceBook
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