viernes, 23 de diciembre de 2016
A 20 años de la muerte de Carl Sagan
Su obra como divulgador científico constituyó un aporte revolucionario. Se opuso a la guerra de Vietnam y desafió al oscurantismo religioso frente a millones de televidentes.
“En algún lugar algo increíble está esperando ser descubierto”. CS
El 20 de diciembre del año 1996 se extinguía la vida de uno de los más populares divulgadores científicos del siglo XX.
Proveniente de una familia obrera del barrio de Brooklyn, Carl Sagan adquirió de niño los elementos necesarios para desarrollar las aptitudes que más tarde lo involucrarían de lleno en el mundo de la ciencia. En sus palabras: “Mis padres no eran científicos. No sabían casi nada de ciencia. Pero al iniciarme simultáneamente al escepticismo y a hacerme preguntas, me enseñaron los dos modos de pensamiento que conviven precariamente y que son fundamentales para el método científico”. Más tarde sus estudios lo llevaron por el camino de la astronomía, la astrofísica y la cosmología, llegando a ejercer la docencia universitaria y la investigación académica.
Entre sus principales logros científicos se encuentran sus observaciones sobre las altas temperaturas superficiales del planeta Venus, la existencia de océanos de compuestos líquidos en la superficie de Titán (una de las lunas de Saturno) y la potencialidad de Europa (una de las lunas de Júpiter) para albergar vida debido a la existencia de océanos de agua subterráneos.
También reconoció el calentamiento global producido por el ser humano como un peligro para nuestra propia existencia.
“Cosmos: un viaje personal”
La elaboración de esta serie documental de 13 capítulos, emitida por primera vez en el año 1980, es sin ningún lugar a dudas el mayor aporte de Sagan como divulgador y lo que lo convirtió en parte de la iconografía científica mundial.
La serie fue emitida en 60 países y tuvo la virtud de hacer accesible a cientos de millones de personas las conclusiones del desarrollo científico y del conocimiento del universo que hasta ese momento sólo eran comprensibles para la comunidad académica. El formato documental, con una estética innovadora y dinámica, significó un salto para la pantalla chica, dotándola de un uso revolucionario con la difusión masiva de temas como el origen del universo, el cosmos, la evolución de la vida en nuestro planeta, la Teoría de la Relatividad de Einstein, el Tiempo, la gravedad, los agujeros negros, la materia, etc. El programa desafió el mito del creacionismo, cuestionó la existencia de Dios y desarmó el oscurantismo religioso con un método científico frente a millones de espectadores.
Si bien su actividad como divulgador no siempre fue bien vista por la comunidad científica, que consideraba que este tipo de emprendimientos limitaban la producción académica de un científico de su talla, otros siguieron sus pasos –como el reconocido físico teórico Stephen Hawking, quien publicó en 1988 su Historia del tiempo: del Big Bang a los agujeros negros.
Sagan encaró otros emprendimientos como la publicación de Un punto azul pálido: una visión del futuro humano en el espacio y Los dragones del Edén: Especulaciones sobre la evolución de la inteligencia humana. También escribió novelas de ciencia ficción como Contacto y fue asesor del filme 2001: Una odisea del espacio, dirigido por Stanley Kubrick.
En busca de inteligencia extraterrestre
“Si estamos solos en el universo, seguro sería una terrible pérdida de espacio”. CS
Otra de las grandes pasiones de Carl Sagan fue la búsqueda de otras formas de vida inteligente en el universo. Colaborador del Proyecto Seti, que se enfocaba en esta pesquisa, el científico impulsó la incorporación de mensajes destinados a contactar con otras formas de vida inteligentes en las sondas que eran enviadas en misiones de exploración espacial.
Si bien Sagan era optimista en cuanto a la existencia de un gran número de civilizaciones extraterrestres, algo acorde con un conjunto de estimaciones científicas, la llamada “paradoja de Fermi” –que contrapone tales estimaciones con la ausencia de evidencia de dichas civilizaciones– lo llevó a pensar sobre la tendencia autodestructiva de las mismas. En línea con esto, se opuso a la carrera armamentística nuclear y renunció a cargos y privilegios en rechazo a la guerra de Vietnam.
Si bien no era un izquierdista, la influencia de su esposa Ann Druyan –que sí formaba parte de los grupos de “radicals” izquierdizantes de la intelectualidad neoyorquina– tuvo manifestaciones concretas, sobre todo en los libros que escribieron en conjunto. De hecho, Druyan cuenta que se conocieron “hablando sobre béisbol y sobre Trotski” y que así comenzó su historia de amor (Sagan le escribió esta dedicatoria una vez: “En la vastedad del espacio y en la inmensidad del tiempo, mi alegría es compartir un planeta y una época con Annie”).
Sagan varias veces mencionó a Trotski como adversario del estalinismo y el sistema burocrático imperante en la Unión Soviética. Es más, en los ochenta, cuando era invitado a ese país, ingresaba literatura trotskista de manera clandestina para que se difundiera entre sus pares científicos. Así lo cuenta: “A finales de la década de los ochenta y aun antes, Ann Druyan y yo introdujimos clandestinamente en la Unión Soviética ejemplares de la Historia de la Revolución Rusa, de Trotski para que nuestros colegas pudieran saber algo de sus propios orígenes políticos”.
La obra de Carl Sagan prevalece como un legado para la humanidad. Como Federico Engels, que escribía sus textos para que el trabajador medio y el campesino pudieran comprender la teoría marxista sobre el origen de las clases y el Estado y las tareas de los socialistas, Sagan abrió las puestas de la ciencia para millones de trabajadores. Su labor de divulgación es sin dudas un aporte revolucionario para quienes bregamos por una educación y un método científico, que libere a los explotados de la ideología de sus enemigos de clase.
Marcelo Mache
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