sábado, 12 de enero de 2013
Celia Sánchez, flor de la Revolución
Permítame Celia Sánchez Manduley, como cada 11 de enero o como cada mañana, creer que todavía estás entre nosotros y que aquel aciago día de 1980, la muerte fue sólo un pretexto para despedirse de tu pueblo con un sonriente hasta luego; como si partieras para un corto viaje.
Para hablar de ti en este día, Celia, no quiero emplear imágenes o metáforas como lo haría un poeta, porque la grandeza de tu sencillez, modestia, lealtad incondicional a Fidel Castro, la revolución y a tu pueblo, son virtudes que no tienen comparación más que contigo misma.
Relatar tu intensa vida en pocas líneas resultaría difícil; pero hay detalles que lo dicen todo, como cuando de niña compartías con tus amiguitos pobres de tu escuelita rural la merienda, lápices y libretas, o cuando el día de reyes te preocupabas porque a cada uno le llegara un juguete; o de joven cuando junto a tu padre escalaste el pico Turquino para dejar allí un busto de José Martí, en el año del centenario.
Te identificaste con los que asaltaron el Cuartel Moncada y hacías llegar hasta ellos en la prisión mensajes de aliento, y les enviabas los dulces de Navidad para que sintieran menos la falta de libertad y la lejanía de sus familiares.
Así nació la norma de la clandestinidad, la que junto a un viejo pescador recorrió la costa suroriental para buscar el mejor lugar por donde arribara el yate Granma y buscó entre los campesinos a quienes sirvieran de guía a los expedicionarios una vez que desembarcarán y marcharán hacia la Sierra Maestra.
Asimismo con tu figura frágil, Celia, te convertiste en la guerrillera imprescindible y eficaz colaboradora del Comandante en Jefe, que creó el campamento de la Plata, lugar por donde comenzaron a realizarse los sueños de la revolución al entregar las tierras y ganados a los campesinos de la zona, brindándoles también un servicio de salud y educación a sus familiares.
Fuiste Celia Sánchez, la heroína que después de la victoria de 1959 rehusaste homenajes y medallas porque decías que no lo merecías y trataste de pasar inadvertida como la savia que va nutriendo las plantas para hacerlas crecer y florecer; como la revolución misma.
Inexorablemente, aquel 11 de enero de 1980, la muerte te llevó calladamente, cual si temiera quebrar el silencio activo y laborioso que siempre acompañó a tu vida sencilla y excepcional. Desde entonces, te recordamos en el rostro alegre de cada niña o joven escolares, en las manos fértiles de cada obrero o trabajadora, en los fusiles de aquellas que defienden la patria, entre aquellas que andan por otros caminos con sus batas blancas salvando vidas, en la azada y pañoleta de cada campesina que labra la tierra.
Así te recordamos Celia Sánchez Manduley, repetida en tu pueblo, eternamente vida.
Luis Alejandro Alfonso Peñate
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