miércoles, 5 de diciembre de 2012
La Uneac, 50 años después
Indudablemente el 22 de agosto de 1961 constituye una fecha histórica para la intelectualidad de la Isla, pues por iniciativa del gobierno revolucionario se creó una organización, preparada para afiliar en un solo haz todo el pensamiento artístico— literario en aras de crear una sociedad desprejuiciada de clases sociales e intereses mezquinos.
Como presidente se alzó la voz lírica del Poeta Nacional, de sólida formación comunista; ideología que había abrazado desde los duros años treinta, década donde se radicalizaron las posiciones ideológicas de muchos de los escritores y artistas que ya gozaban de renombre internacional. Recordemos por ejemplo a Pablo Neruda, César Vallejo, Andrés Bretón, entre otros; muchos acosados por la denigrante política del capitalismo que arribaba a su fase de imperio sometiendo a la humanidad a un proceso de alienación. Leer a Kafka nos hará comprender el significado lacerante de la hostilidad imperialista contra lo mejor de la creación espiritual.
El triunfo de la Revolución Socialista de Octubre había abierto muchas interrogantes, las futuras crisis socioeconómicas despejaron otras tantas dudas; la segunda guerra mundial colocó a gran parte de los actores de la creación en el lateral izquierdo y se abrieron nuevos derroteros, bajo la aureola de las banderas del realismo socialista.
La Uneac nacía no solo con el propósito de dignificar la actividad artístico— cultural sino para alinear a los artistas y escritores en posiciones ideológicas comunes, de ese modo se podían controlar con más efectividad, y lo más importante, aplicar políticas de purga cada vez que fuera necesario.
La burocracia estaría bien atenta a cada idea que se promocionara, desde una obra de artes plásticas, de una pieza musical, un programa televisivo y radial; desde cada puesta en escena o libro recién salido de las imprentas. La censura burocrática se encontraría atenta en aeropuertos y terminales marítimas para evaluar todo lo que en materia de arte arribara al país.
Cierto es que en la Uneac se fueron creando los espacios que permitieron poco a poco la (re) educación de los cubanos en el arte de pensamiento, alejando lo banal, lo insípido, lo intrascendente. Importantes figuras del pensamiento intelectual asumieron responsablemente el cultivo de una espiritualidad que libró al hombre nuevo de todo lo obsoleto, lo puramente comercial o mantuviera en la enajenación absoluta al ser humano — protagonista del proceso de cambios revolucionarios. La Uneac ha jugado desde entonces un significativo papel en la liberación real del cubano y en el deseo honesto de divulgar lo mejor de las tradiciones culturales del país y contribuir en la descolonización definitiva de la Isla.
Y he aquí otro de los méritos de la organización —presidida hoy por el etnólogo y poeta Miguel Barnet—, la consolidación de la nacionalidad por la que Céspedes libertó a sus esclavos y se lanzó a la manigua redentora. De la lírica herediana a las voces que cantan en el siglo XXI, la Isla ha escalado relevantes lugares en la cultura humanística universal. Cultura que halló en la literatura martiana su máxima expresión pues constituye esta la síntesis ético-creadora de una nación dispuesta a no rendir jamás sus armas de permanencia.
Pero no basta con este análisis cualitativo de lo que ha aportado la Unión de Escritores y Artista de Cuba a la independencia artística total. Muchos cabos aún están sueltos desde su creación misma. Evoquemos entre otras debilidades el no enfrentar con «mano dura» el sargentismo cultural con que los censores y burócratas trataron de maniatar el pensamiento diverso en materia de arte o en su ciega obsesión de trasladar modelos ideológicos y culturales de aquella URSS, plagada de stalinismo, de poderes totalitaristas, de cultos a la personalidad y arbitrariedades de toda laya, que enfermó a un sistema antes que creciera para el bien de millones de seres, que habían puesto en aquel socialismo la esperanza de que la paranoia imperialista había llegado ¡al fin! al borde del precipicio.
E incluso cuando ya estudiosos han demarcado ese período como el más gris de la cultura nacional, la sospecha de que mucho de aquellos censores –quienes mandaron para la UMAP a muchos de los intelectuales o a la hoguera sus obras de arte— no fueron barridos de la historia de la Revolución, que en algún sitio oscuro de los ministerios están agazapados para cuando sean llamados de nuevo…
Contra esa sospecha, la Uneac debe estar con los ojos bien abiertos en época en que los neonazis salen a las calles europeas con programas políticos, y se extienden por el Norte de las Américas, tutelados por los partidos ultraconservadores.
La organización, a la que pertenecemos miles de creadores de este país, debe reclamar a la dirección del gobierno la flexibilización de una política que ha cerrado las puertas de su casa a miles de artistas de todas las manifestaciones que han decidido residir en otras tierras del mundo, ya sea por diferencias ideológicas o por considerar estrecho el espacio con que cuenta en Cuba para su realización personal. La patria vive en ellos con sus añoranzas, sus cálidas aprehensiones, en su amor universal.
Por diferencias con la colonia crearon lo mejor de su obra en tierras extrañas figuras como Saco, Varela, Heredia, Villaverde, Mendive, Martí, Carpentier, el propio Guillén, y por decisión propia La Avellaneda, Lam, y músicos de muy diversas tendencias. Cuba es de todos los cubanos que miran a la Isla con la candidez propia de los hijos buenos de corazón.
Respetar el derecho de los artistas y escritores a una vida digna social y económicamente; a asumir posiciones propias sin que interfieran en su realización individual sea dentro o fuera de la Isla; respetar el derecho a su libertad de opiniones, credos, gustos sexuales y el derecho a que se le respete y divulgue su obra atendiendo a la calidad artística y no a la posición ideológica del creador, sin que intervengan criterios superficiales o puntos de vista de partidos políticos o intereses individuales que muchas veces rayan en la villanía, se le debe exigir a la Uneac para que los intelectuales no sientan sobre sus espaldas la mirada acusadora de esos «infamitos» que siempre están a la que se cayó y levantan pirámides de intrigas que luego se hace imposible derrumbar y laceran sensibilidades. La Uneac tiene que seguir ganando adeptos, pero sobre la base del respeto a la palabra libertad en toda su dimensión.
Es lamentable que escritores como Félix Sánchez hayan preferido dimitir de sus responsabilidades dentro de la Unión de Escritores por incomprensiones de ciertas “vacas sagradas”, que se arrogan el derecho de humillar a hombres humildes por el sencillo acto de enfrentar los criterios de ciertos funcionarios que no pasan de ser achacosos, plenos de verborragia ¿Qué posición asumió la Uneac ante este dislate? ¿El silencio, la complicidad, o el periquito papagayo?
La Uneac rara vez invita a los escritores de provincia –que no viven en La Habana– a ferias internacionales, encuentros de escritores u otros eventos foráneos. Ese derecho lo tienen casi siempre las mismas “vaquitas sagradas” o los que sirven de rémora por aquello de que del lobo aunque sea un pelo. Asimismo la editora Unión, acosada siempre con los libros de sus preferencias intelectuales, dejan para cuando se pueda al resto de su membresía literaria, en especial los que vivimos en las áreas verdes de la Isla.
En su artículo del jueves 21 de julio del presente año, publicado por el periódico Granma, la doctora Graziella Pogolotti alerta en su artículo Otra vuelta de tuerca… sobre los graves peligros que corre la sociedad cubana ante el enraizamiento de este mal de la burocracia en toda la superestructura sociopolítica de la Isla. Advierte: Cada cual preserva su pequeño espacio. Pero no solo en este punto, faltole agregar: y sus privilegios. Con la cual el enunciado completaría su intención.
Contra esas iniquidades debe estar muy atenta la sección de Literatura, pues a mi modo de ver el problema tanto derecho de publicación tiene uno como el otro. La calidad debe ser el único garante. No es necesario esperar por un premio para ganarse la posibilidad de ver en la contracubierta del libro el sello literario de la Uneac.
En su último congreso, la Uneac se planteó serias tareas para enmendar los graves obstáculos que lastran su trabajo. Muchos de los acuerdos, como otras tantas veces, quedaron solo en cientos de cuartillas utilizadas en actas. Pero, dónde están su cumplimiento: la televisión va de mal en peor, el mejoramiento financiero por derecho de autor quedó solo en promesa y los servicios de información al pueblo al que se debe la prensa no ha avanzado lo suficiente.
Muchos son los dilemas que enfrenta hoy la sociedad cubana. En el artículo de la conocida doctora, que dirige hoy la Fundación Alejo Carpentier, se alerta además: La idea, con las implicaciones que entraña, es un arma poderosa contra la rutinización del pensamiento burocrático y un estímulo a la incesante creatividad que impone el decursar de la vida. Y he aquí otro temor no superado aún por esos pequeñísimos “mequetrefes” de la anticultura que responden a decretos anquilosados por el tiempo y machacados por el devenir de la propia historia: olfatear en cada idea que se propone revitalizar el sistema político cubano una guadaña que va contra esos espacios alcanzados a base de conductas reptadoras. La Uneac, si de verdad aspira a la credibilidad, debe asestar demoledores golpes contra esa casta que perturba el equilibrio del artista.
La retórica, nos recuerda la eminente profesora universitaria, establecida oscurece la formulación de las preguntas adecuadas. El lenguaje en este, como en otros casos, condiciona el modo de pensar. Se ha convertido en hábito indiscriminado el empleo del impersonal como fórmula verbal aplicable a cualquier circunstancia: “Se” trabaja para…, “hay” que emprender… La doctora bien sabe que eso se llama doble discurso, vicio que se ha vuelto fastidioso, pues agrede la inteligencia. Y si no cómo es posible que hoy una cifra respetable de cubanos –entre las que me incluyo—, no conocen muchísimas zonas (las más hermosas, diría yo) de su propio país, por la simple razón de que son espacios privilegiados para el turismo, como si los cubanos fuéramos unos indigentes sociales o unos terroristas. La convicción del miedo por lo que pudiera suceder en un centro turístico y lanzar por la borda la retórica del socialismo humanista, y culto por un lado, o la vergüenza de hallar mercachifles de la isla pregonando productos de sospechosas procedencia en los umbrales de los hoteles o mendigando un dólar para comer hoy, nos muestra ante los ojos extranjeros como unos apestados sociales que entre más lejos mejor. Bien se sabe que los precios para disfrutar de esos centros están muy lejos del alcance financiero real de los laboriosos cubanos que solo gozan de la posibilidad de ir y venir de la casa al trabajo, como penitentes de Dios.
La Uneac debía alentar, al menos, el turismo cultural para sus afiliados. Cuesta trabajo creer que también la burocracia con su doble discurso ha penetrado en las oficinas de H y 17. Es humillante oír hablar, con jactancia, a muchos de sus funcionarios de sus espectaculares viajes a Europa, a festivales y ferias en otros lares del mundo, todos a costa de los miles de “bobitos” que callamos ante tales hechos.
Bien hizo Félix Sánchez, el destacado narrador avileño, en renunciar a una Unión donde su nombre parece más un chiste que un pensamiento coherente. Concluyendo casi su artículo la Pogolotti afirma: El pensamiento burocrático se manifiesta de manera sutil y puede invadir terrenos muy diversos. Soy de los que creo, doctora, que a base de parches no se construye una sociedad lo suficientemente humana, aun cuando las intenciones en ese sentido sean honestas. Hace muy pocos días tuve que comprar varias tiras de comprimidos a contrabando en calles capitalinas pues por el interior de la Isla ni con cañones se hallaban. Esas livianas preocupaciones nos crean estrés a muchos de los cubanos en este país, preocupaciones a las que no escapamos los artistas de segunda luneta. ¿Constituyen para otros, considerados de la cima del arte, o para los dueños de carteras ministeriales, carencias como las mencionadas, desvelos para sus rosados sueños?
La Uneac, 50 años después, tiene aún muchos retos que enfrentar e injusticias por resolver si no quiere ser en el próximo medio siglo un recuerdo más en vía de extinción.
Amador Hernández Hernández
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