En su discurso de asunción como presidente, Donald Trump volvió a amenazar con una reocupación del Canal de Panamá. El magnate ya se había quejado anteriormente por lo que considera tarifas “exorbitantes” para los buques estadounidenses, y por una supuesta presencia china en la zona, incluyendo soldados.
Tanto desde el gobierno panameño como desde Beijing negaron las acusaciones. En rigor, no solo Trump no presentó evidencias de que haya militares chinos en el canal, sino que los buques norteamericanos siguen siendo los principales clientes de esa vía navegable artificial. China le sigue en volumen, con el 21% del total de viajes.
Una obra faraónica
El Canal de Panamá es una importante vía comercial global, ya que evita a los barcos tener que cruzar de un océano a otro a través del remoto Cabo de Hornos -lo cual les permite ahorrar un enorme trayecto. Francia hizo el primer intento de construirlo a partir de la década de 1880, pero terminó abandonando el proyecto. En el camino, se estima que murieron 20 mil trabajadores.
En 1903, Estados Unidos apoyó la separación territorial de Panamá respecto a Colombia, envío de buques militares mediante, a cambio de un tratado para retomar las obras. Otros 5 mil obreros murieron durante la construcción.
El canal fue inaugurado en 1914 y estuvo bajo control total de la Casa Blanca hasta 1977, cuando los gobiernos de Jimmy Carter y Omar Torrijos firmaron dos tratados que establecieron la “neutralidad” del canal y su traspaso progresivo a manos panameñas. Según la página de la Autoridad del Canal de Panamá, “durante los primeros 10 años del período de transición, un ciudadano estadounidense sirvió como administrador del Canal y un panameño era el subadministrador. A partir del primero de enero de 1990 (…) un panameño sirvió como administrador y un estadounidense como subadministrador”. En medio de este lento proceso, en diciembre de 1989, Estados Unidos invadió Panamá para capturar al presidente Manuel Noriega (un antiguo colaborador de la CIA que se había peleado con la Casa Blanca) y llevárselo, dejando más de 500 muertos.
Desde el 31 de diciembre de 1999, el canal pasó a la órbita completa de Panamá, o, para ser más exactos, de un ente autónomo que está a cargo de su administración, operación y mantenimiento. Las tarifas que pagan los buques dependen de su tamaño y de la vía del canal que escogen. En el año fiscal 2024, los ingresos del ente en cuestión fueron de 5 mil millones de dólares. Junto al turismo, es una pieza clave para la economía panameña, aunque su población trabajadora nunca haya visto los beneficios de contar con esa vía estratégica.
¿Un cuento chino?
Quitando los aspectos delirantes del discurso del magnate, es cierto que China viene ganando posiciones, tanto en Panamá como en América Central en general. En 2017, Panamá rompió vínculos con Taiwán y entabló relaciones diplomáticas con Beijing, un rumbo que imitaron República Dominicana, El Salvador, Nicaragua y Honduras (BBC News, 22/1). A su vez, el país se integró a la “ruta de la seda” china, el megaproyecto global de infraestructura.
Washington entiende estos avances como un desafío en su propio “patio trasero” y, en la medida que Trump apunta a una nueva “edad dorada” del imperialismo y a profundizar la confrontación con Beijing, el asunto está en la agenda.
En el caso de Nicaragua, el gobierno de Daniel Ortega, actualmente enfrentado a la Casa Blanca, intenta revitalizarse proponiendo a inversores chinos la construcción de un canal interoceánico en su propio país. Un primer intento, cuando se llegó a asignar la concesión a un empresario chino, naufragó. En noviembre de 2024, Ortega volvió a la carga con la propuesta, pero lo cierto es que requiere un nivel de inversiones descomunal (60 mil millones de dólares, según algunas estimaciones), y su recuperación se daría recién en veinte años (El País, 20/11/24).
Se especula en algunos medios si las provocaciones de Trump pueden empujar al gobierno panameño a un acercamiento con China, a modo de contrapeso. El presidente José Raúl Mulino, una figura de derecha que venció en las elecciones presidenciales de mayo de 2024, ratificó la soberanía panameña sobre el canal, pero también envió un guiño al magnate. “De esta, vamos a llamarla crisis, deben salir oportunidades para trabajar otros temas que nos interesen con los Estados Unidos y que hemos venido trabajando en el tiempo, temas de seguridad (…) tenemos un problema migratorio inmenso en la frontera con Colombia” (Clarín, 22/1), sostuvo en el foro económico de Davos.
La cuestión migratoria, se sabe, es uno de los caballitos de batalla del nuevo mandatario estadounidense. Y, por cierto, el presidente panameño firmó, durante la gestión de Joe Biden, un pacto para contener las migraciones a través del peligroso paso selvático de Darién, en la frontera entre Panamá y Colombia, a cambio del financiamiento de viajes de deportación. En agosto de 2024, en efecto, 29 ciudadanos colombianos fueron expulsados en un avión hacia Medellín.
La defensa de la soberanía panameña ante las amenazas de Trump solo estará segura en manos de la clase trabajadora, como parte de una lucha estratégica por un gobierno obrero.
Gustavo Montenegro
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