Entre las muchas singularidades del proceso político cubano y de la organización política surgida de los cambios revolucionarios que han tenido lugar en la isla figura el logro de la paz social que se respira en Cuba, un fenómeno impensable en la mayoría de los demás naciones del continente incluyendo, por supuesto, a Estados Unidos.
Sorprendidos por esa tranquilidad y seguridad, muchos de los visitantes de Estados Unidos que han podido viajar a Cuba con la excepcional autorización de Washington se preguntan si en Cuba existen organizaciones de oposición al gobierno y la respuesta, que a muchos les resulta sorprendente, es que el único organizador y líder efectivo con que cuenta la oposición en Cuba es el gobierno de Estados Unidos.
Esto ocurre porque la ciudadanía disfruta del derecho cotidiano a participar en la construcción del nuevo orden socialista, pero tiene también el derecho a disentir, que se ejerce en múltiples instancias del vasto e intenso sistema participativo cubano.
Pero otro motivo bien importante del que se habla menos es que la política exterior de Estados Unidos ha sido siempre obsesiva en el mantenimiento de un control muy directo y riguroso sobre esa disidencia y son muy pocos los cubanos que aceptan alinearse, para hacer uso de su derecho a discrepar, con las directivas de un gobierno extranjero que se proclama abiertamente enemigo de la independencia, la identidad y los objetivos de justicia social de los cubanos, y menos aún a hacerlo a cambio de beneficios materiales.
La instintiva voracidad imperialista de Estados Unidos, jamás se ha resignado a aceptar un vecino que no se someta ciegamente a la hegemonía estadounidense. ¡Si no lo sabrán por experiencia histórico-práctica propia Puerto Rico, México, Canadá, República Dominicana y Haití!
Todos estos países han sufrido, además de Cuba, la extrema violencia con que Washington es capaz de imponer la sumisión de sus vecinos a los designios estadounidenses.
No siempre han sido idénticos los métodos utilizados por la política exterior de Estados Unidos para mantener o devolver a sus vecinos al redil. Desde los peligros de absorción y sutiles amenazas que han aconsejado a Canadá la conveniencia de mantenerse dentro de la Mancomunidad Británica para evitar su absorción por los vecinos norteamericanos al sur; la extensión de fronteras por la fuerza con que Washington arrebató a México la mitad de su territorio; el bloqueo económico más largo de la historia universal que aún persiste contra Cuba, junto a múltiples operaciones de invasión, golpes de Estado e intervenciones patrocinadas por la OEA (su ministerio de colonias), en siglos recientes.
En el caso específico de Cuba, una feroz campaña para la demonización de los propósitos y las acciones de la revolución fidelista comenzó a desarrollarse antes del triunfo y toma del poder por el pueblo en enero de 1959. Ha sido una campaña sostenida e incesante, inicialmente a cargo de los poderosos servicios secretos de subversión estadounidenses y posteriormente de manera pública y notoria, con multimillonarios programas y planes orientados sin discreción ni vergüenza a subvertir el orden en la isla.
Esta política ha tenido como complemento, la mayor parte del tiempo, la prohibición a que ciudadanos estadounidenses visiten la isla en busca de sus propias valoraciones individuales.
Con William Clinton en la presidencia se puso en función, por breve tiempo, la política de “pueblo a pueblo” que autorizaba la visita a Cuba de cierta categoría de individuos de la academia y de las universidades en general. Estaba diseñada con el propósito de que los visitantes influyeran sobre los cubanos haciéndoles ver las ventajas del capitalismo más, como era lógico, ocurrió todo lo contrario. El presidente George W. Bush se sintió obligado a cancelar el programa, al apreciar que su efecto era el de un búmeran. Al chocar con la verdad de Cuba, los visitantes se convertían en los mejores voceros de la realidad cubana.
En marzo de 2016, el entonces presidente Barack Obama, usó de sus poderes presidenciales para poner en vigor varias medidas que permitieron que ciertas categorías de estadounidenses viajaran a Cuba con menos restricciones, pero la inconstitucional prohibición de hacerlo como turistas siguió vigente.
El régimen autocrático de Donald Trump ha preferido aplicar medidas de terror y amenazas en sus discursos para contrarrestar el interés por acercarse a Cuba de ciudadanos estadounidenses.
El proyecto revolucionario socialista cubano no impone a otros países condiciones anticapitalistas. Sólo exige respeto para con sus experimentos, ensayos y estudios en aras de la creación de un orden social y económico alternativo al fracasado capitalismo, que sea más justo y mejor para el pueblo cubano y su independencia.
Manuel E. Yepe
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