domingo, 1 de marzo de 2015
Un libro descolonizador*
*Presentación del libro Cuba entre tres imperios: perla, llave y antemural de Ernesto Limia
Al celebrarse el primer congreso nacional de historia en 1942, quedó establecido como objetivo esencial: “Promover el mayor auge de los estudios históricos y alentar su cultivo, así como difundir el estudio de la historia más allá del círculo de especialistas, hasta el corazón mismo del pueblo, a fin de que ese conocimiento lleve a la reafirmación permanente de la fe cubana en la evolución histórica de la nacionalidad y estimule el más sano patriotismo”. [i]
A pesar de los avances notables que han tenido la investigación y la difusión de la historia en nuestro país en más de 50 años de Revolución, aún podemos considerar que aquel objetivo declarado en 1942, bajo la inspiración del célebre historiador Emilio Roig de Leuchesenring, continúa siendo el principal desafío de la ciencia histórica cubana. Así lo han advertido numerosos intelectuales cubanos. “Se produce así una escisión muy grave entre el manejo y el consumo de la Historia por parte de minorías especializadas o aficionadas –señala Fernando Martínez Heredia-, y el de la gran masa de la población. Esta situación configura una división entre élites y masas en el consumo de la Historia. Es muy negativo que no exista una decidida socialización de la historia que se produce sobre el devenir nacional y sus problemas, lo cual nos haría más profundos y conscientes en el manejo revolucionario y socialista de tantas cuestiones intelectuales, políticas, ideológicas y de las prácticas cotidianas”. [ii]
Teniendo en cuenta estas y otras realidades, es que el acucioso joven investigador Ernesto Limia se dispuso a escribir Cuba entre tres imperios: perla, llave y antemural. Una obra que, sin duda, constituye un valioso aporte a la ciencia histórica cubana, pero también a la intensa lucha que hoy libramos en el terreno ideológico y cultural.
Cada libro de historia cumple un objetivo específico y dispone de un público consumidor. Algunos contienen un alto rigor académico solo apto para los expertos, y son muy importantes, pues sin ellos sería imposible el surgimiento de otras obras –también trascendentales- de difusión del conocimiento histórico en un público no especializado. Sin embargo, Cuba, entre tres imperios: perla, llave y antemural, logra algo que en la mayoría de los estudios históricos se torna harto difícil, combinar el rigor académico con un discurso que termina por leerse -como bien señala Rolando Pérez Betancourt en su contraportada- con los atributos propios de una novela.
No es un secreto para nadie que la historia desempeña una función legitimadora del presente, y no son pocos los cubanos que erradamente consideran, que esa legitimación comienza solo a partir del inicio de las luchas independentistas en 1868, por lo que conocer la historia precedente no es tan importante. Este libro constituye un excelente mentís ante este aserto. Resulta imposible captar la dimensión y los aportes del proceso independentista cubano del siglo XIX, así como explicar la conformación de la nacionalidad y la nación cubana, sin profundizar, como hace este texto en cinco capítulos y treinta y tres acápites, en las tres primeras centurias coloniales, donde se fue configurando el concepto de patria del criollo. ¿Cómo poder entender las claves del pensamiento revolucionario independentista sin tener en cuenta las ideas que primaron en la sociedad criolla de los siglos previos al decimonónico?
Ante la desventaja en que se encuentran los estudios sobre los tres primeros siglos coloniales –período que algunos historiadores denominan el medioevo cubano-,[iii] en comparación con lo producido sobre el siglo XIX, el trabajo de Limia cobra vital relevancia. Hacerlo además desde una perspectiva de síntesis totalizadora, en tiempos que la historia como disciplina a nivel universal, ha sufrido los embates de una producción historiográfica en extremo fragmentada, es también loable.
El eje central de la obra es la política en torno a Cuba de las potencias europeas de la época: España, Francia y Gran Bretaña. Aunque las incursiones y ambiciones de los nacientes Países Bajos sobre la Isla también son descritas en el libro. Los holandeses tuvieron una poderosa presencia en los mares del Caribe y sus corsarios y piratas le disputaron a España el dominio del mar circundante a Cuba, fundamentalmente en el siglo XVII. Como destaca Limia, a finales del XVIII, al escenario de conflictos en torno a los destinos de la Mayor de las Antillas se incorporaría un nuevo actor, “germen del imperio más poderoso de la tierra, las Trece Colonias Inglesas de Norteamérica”. [iv]
En cuanto a los méritos sobre el contenido y los análisis del autor, solo me limitaré a mencionar los que considero más importantes:
Se desmitifica la imagen idílica que existe de Cristóbal Colón. El libro demuestra cómo la idea de obtener ganancias a toda costa llevó al Almirante a admitir e incluso a recomendar la esclavitud de los aborígenes, a pesar de la buena voluntad con la que en general fue recibido en el Caribe. Exacerbó ante los Reyes Católicos las condiciones que existían en La Española para estimular la explotación de los nativos. Fueron numerosas las noticias que circularon en la época haciendo referencia a la crueldad de Colón con los aborígenes e incluso con los colonos hispanos. Las quejas de estos abusos llegaron a Fernando e Isabel, quienes decidieron apresarlo. Limia además nos cuenta que Colón había sido mercader negrero antes de comandar la expedición militar de conquista hacia el Nuevo Mundo y cómo cautivó a siete pacíficos y desprevenidos aborígenes cubanos, los primeros que fueron esclavizados, para llevárselos a la península ibérica como animales de exhibición. También resalta la esencia mercantil de la empresa de conquista por parte de Colón e Isabel, a contrapelo de lo que plantean algunos historiadores españoles que hablan de supuestos motivos de “evangelización”. Como en excelente ensayo expresara el historiador cubano Felipe de Jesús Pérez Cruz: “Cristóbal Colón, sus capitanes y continuadores, fueron audaces e inteligentes soldados, líderes con la capacidad de fundar un nuevo orden de explotación colonialista en esta parte del planeta, que a su vez impactó y reconfiguró el mundo de entonces. En interés de ese orden desataron nuevas fuerzas productivas, fundaron villas, construyeron iglesias y conventos, importaron bienes y tecnología. Jugó un papel fundamental la ambición de victoria y riquezas que movía a aquellos hombres: son los héroes de la acumulación originaria del capital, anti-héroes frente al humanismo y la dignificación humana”.[v] Por ello, para nosotros los cubanos, la figura del brillante y audaz marino Cristóbal Colón -como en ocasiones se da a entender en determinadas conmemoraciones- no puede convertirse en el referente simbólico, desplazando a la de Hatuey, Guamá y la de otros aborígenes que se rebelaron contra la conquista, nombres que los propios invasores trataron de someter al olvido.
Y es que todavía en algunos espacios aún pervive la visión euro céntrica que tenían los colonizadores de ellos mismos y sobre los colonizados. Es la clásica historia de los vencedores, a partir de los documentos que solos ellos tuvieron la oportunidad de escribir. Los aborígenes son reflejados como bárbaros que había que civilizar y no es fortuito que todavía nos encontremos con personas que se identifican con esa fábula en la que Próspero es su héroe favorito por encima de nuestra verdadera condición de Caliban. “Con Guaicaipuro –diría José Martí-, con Paramaconi (héroes de las tierras venezolanas, probablemente de origen caribe), con Anacaona, con Hatuey (héroes de las Antillas, de origen arauco) hemos de estar, y no con las llamas que los quemaron, ni con las cuerdas que los ataron, ni con los aceros que los degollaron, ni con los perros que los mordieron”. [vi]
El autor polemiza con la tesis que sostiene que los aborígenes cubanos fueron totalmente extinguidos física y culturalmente. Limia explica que a pesar de que la población de los primeros y genuinos descubridores de Cuba fue destruida como civilización y de que hubo una innegable catástrofe demográfica, el número de sobrevivientes fue superior al que se considera y sus huellas culturales han perdurado hasta nuestros días. Además de los grupos más o menos numerosos que se concentraron en la periferia de las villas y en los pueblos que fundaron los españoles como especie de reserva aborigen –San Pablo de Jiguaní y San Luis de los Caneyes, en Oriente, Guanabacoa en La Habana, entre otros, una cifra que resulta imposible determinar se refugió en lugares inaccesibles de la región montañosa de Granma, Santiago de Cuba y Guantánamo, para mantenerse aislados de los usurpadores. El autor cita dos importantes estudios de la genetista cubana, Beatriz Marcheco Teruel, que revelan los porcientos de origen indígena que aún están presentes en los genes ancestrales de los cubanos. [vii]
Limia también se introduce en el debate que todavía en nuestra contemporaneidad genera la actitud del padre Las Casas, a quien se le acusa de haber recomendado en un momento de su vida la explotación del negro para aliviar las penas de los aborígenes. Se coloca al lado de sus defensores y cita entre otros autores a Fernando Ortiz cuando sobre la figura histórica señaló: “Si a Las Casas se le puede llamar “Apóstol de los Indios”, también fue el “Apóstol de los Negros”. La historia reta a sus enemigos a que presenten unos textos a favor de los negros esclavos, contra su cautiverio en África, su trata a través de los mares, su explotación en América y su cruel tratamiento en todas partes, que sean más tempranos, vivos y concluyentes que los escritos con ese propósito por Bartolomé de las Casas, el gran español”.[viii] Con este posicionamiento, Limia, defiende la idea de las dos culturas españolas. Una, enjuiciable, de la cual solo debemos tomar cuanto en ella se considere ganancia de la humanidad; otra, representada por Las Casas y aquellos humildes y cultos trabajadores españoles que engrandecieron la patria cubana. Es esta última la cual merece ser reivindicada con orgullo como parte de nuestra herencia cultural.
Nos alerta de que la idea de los mansos y pacíficos indios cubanos frente a los colonizadores no es exacta, pues el Almirante dejó testimonio en su diario que el 27 de noviembre, en Baracoa, una tribu armada con lanzas hizo ademanes para tratar de impedir su desembarco y que cuatro días después, por segunda ocasión, los baracoenses los amenazaron, por lo que puede considerarse que la primera resistencia americana contra Europa fue cubana. El libro recoge cómo, además de las conocidas rebeldías de Hatuey y Guamá, en la medida que los españoles atravesaron la Isla, los indígenas se replegaron hacia las montañas o se refugiaron en los cayos de nuestro archipiélago, desde donde incursionaban contra los usurpadores –se conoce de asaltos efectivos a Bayamo y los alrededores de Santiago de Cuba en 1527 y 1529, respectivamente, en los cuales lograron matar a varios colonos. Sus acometidas generaron tal alarma que en 1532 fue organizada una expedición para acabar con los “indios de los cayos”.[ix] Es interesante también conocer que entre los combatientes de Guamá se encontraban ya algunos cimarrones negros. Toda esta historia de resistencia indígena cubana a la conquista y la colonización merecería ser sistematizada y tener una mayor presencia en los libros de textos de historia de nuestro sistema de enseñanza.
El autor se cuestiona la llamada Leyenda Negra, respaldando en este sentido los criterios del destacado ensayista y poeta cubano Roberto Fernández Retamar. “Debido al genocidio cometido en el Caribe –expone Limia- desde el mismo siglo XVI fue España objeto de una campaña adversa que se ha dado en llamar la Leyenda Negra, pero, en realidad, esa práctica no fue exclusiva de los colonialistas hispanos; sus crímenes no fueron más horrendos que los que perpetraron algún tiempo después en este propio continente Portugal, Holanda, Francia e Inglaterra”.[x] Me parece muy oportuno que Limia haya introducido este tema que en muchos textos se obvia, pues como explicara Fernández Retamar, “precisamente la Leyenda Negra fue forjada y difundida para exculpar al capital que viene al mundo choreando sangre y lodo por todos los poros, desde los pies a la cabeza, y arrojar la responsabilidad sobre una nación, España, que en el siglo XVI era la más poderosa de la tierra, y cuyo sitio, por ello, aspiraban a ocupar, y finalmente ocuparon otras metrópolis, entonces incipientes, confabuladas todas contra España, fueron las burguesías de esas metrópolis las que crearon la especie de la Leyenda Negra antiespañola, naturalmente que no en beneficio de los pueblos martirizados, a los que ellas mismas someterían a martirio no menos cruel, sino en beneficio de sus rapaces intereses”.[xi] Así actuarían también los Estados Unidos al final del siglo XIX cuando criticaron intensa y continuamente a España por la reconcentración introducida por el sanguinario Valeriano Weyler en Cuba, para luego practicarla ellos mismos aún más ferozmente en Filipinas. Más de 200 mil civiles morirían en ese país reconcentrados en aldeas a causa del hambre y las pestes.[xii]
El capítulo que aborda la invasión inglesa contra La Habana, lo considero de los mejores logrados del texto. En primer lugar, porque Limia hurgó con profundidad y ello le permitió no caer en análisis maniqueos que se repiten una y otra vez en diversos estudios históricos, cuando se sobrestima el papel que desempeñó la ocupación inglesa de La Habana durante once meses en el despegue económico de la Isla y su tránsito hacia la plantación esclavista. Sin bien es innegable, como sostiene Limia, el adelanto económico que significó la presencia de los ingleses en La Habana, se trató de un proceso que venía acumulándose desde mucho antes. Si bien Limia, no está descubriendo el agua tibia, pues estos planteos ya habían estado presentes en los trabajos de otros historiadores cubanos como Julio Le Reverend, Juan Pérez de la Riva y Manuel Moreno Fraginals-, dice mucho de su sagacidad investigativa al no seguir el patrón repetitivo que en muchas ocasiones encontramos en nuestra historiografía. En segundo lugar, resultan muy interesantes los datos aportados sobre la participación de cientos de colonos norteamericanos -300 caídos en combate- en el ejército invasor inglés, entre ellos quien sería el primer presidente de los Estados Unidos, George Washington; la fuerte oposición de muchos colonos de América de Norte a que La Habana fuera devuelta a España o cambiada por las pantanosas tierra de la Florida, así como las tempranos apetitos con relación a Cuba presentes en algunas de las figuras que después serían consideradas padres fundadores de la nación estadounidense. Limia destaca a Benjamín Franklin y cita varios de sus documentos personales, el más revelador de ellos escrito en 1767, donde al contar a su hijo una conversación con el secretario de Estado británico para los Asuntos Coloniales, expresa que le había propuesto fundar un asentamiento en Illinois, pues en su consideración, entre otras ventajas, contribuiría a la “creación de una fuerza que podría en una futura guerra descender del Mississippi en la Luisiana y el golfo de México, para emplearse contra Cuba o contra México mismo”.[xiii] La participación de los colonos norteamericanos en la invasión inglesa a La Habana, abre una perspectiva en el análisis historiográfico sobre estos hechos, prácticamente inexistente en estudios anteriores. También nos permite hacer la siguiente reflexión: contrasta con estas ínfulas de conquista sobre la Mayor de las Antillas presente en numerosos colonos de las colonias inglesas de Norteamérica, la actitud que años después tendrían los cubanos al estallar el proceso independentista de las trece colonias. A pesar de ser un tema silenciado en los libros de historia que se utilizan en las escuelas norteamericanas, más allá del conflicto anglo-español, los cubanos expresaron por diversas vías su apoyo y simpatías con la causa independentista de los vecinos del norte. Este elemento ayuda a entender mucho mejor las raíces de lo que ha sido un conflicto ancestral entre las ansias hegemónicas de Estados Unidos sobre Cuba, y la aspiración de esta última de ser independiente y soberana.
Ahora que conmemoramos el 495 aniversario del asentamiento definitivo de La Habana como villa –cuyo origen no podemos olvidar fue parte de la estrategia de guerra de rapiña diseñada por los conquistadores-,[xiv] este capítulo constituye un homenaje a los habaneros y habaneras que mostraron su estirpe digna y valerosa en la resistencia y rebeldía frente al invasor inglés. Nombres como los del capitán de milicias negras, Joaquín Aponte –abuelo de José Antonio Aponte, precursor de la independencia nacional 50 años después-, el alcalde de Guanabacoa, José Nicolás Antonio Gómez y Pérez de Bullones (Pepe Antonio), los regidores Luis José Aguiar, Laureano Chacón, el alcalde capitalino Pedro de Santa Cruz, y hechos como la Carta de las señoras de La Habana a Carlos III, en señal de protesta por la cobardía mostrada por las autoridades españolas en la Isla frente al agresor inglés, deberían contar de mayor popularidad y presencia en el imaginario colectivo de los habaneros.
El libro viaja constantemente de lo general a lo particular, de lo global a lo local, abriendo ventanas imprescindibles a la historia universal, en especial a la historia de España, lo cual permite una mejor comprensión de los acontecimientos ocurridos en Cuba durante los siglos objeto de investigación de la obra.
Termino mis palabras reconociendo la profesionalidad de Limia en la investigación, el análisis, la capacidad de síntesis y la narración más seductora. Pero sobre todo, elogiando su posicionamiento ético-político a la hora de historiar, algo que algunos historiadores tratan de eludir, con tal de aparentar ser más objetivos. La historia como ciencia no debe jamás convertirse en una propaganda política vaciada de contenido; mas ello no puede conducir a una falsa neutralidad ideológica, pues en definitiva la toma de partido siempre va a estar presente, incluso en aquellos que supuestamente escriben desde posiciones imparciales. Cuba entre tres imperios… es por excelencia un libro descolonizador, de los que necesitamos en la hora actual para enfrentar la guerra cultural a la que estamos constantemente sometidos y que no se da solo en el presente, sino también –y con mucha intensidad- en el pasado.
Elier Ramírez Cañedo
Notas
[i] Tomado de: Félix Julio Alfonso López: “Emilio Roig de Leuchsenring y su labor historiográfica en el Primer Congreso Nacional de Historia (1942)”, El Historiador, No. 1, 2008, p. 2.
[ii] Fernando Martínez Heredia, ¿Renovar la historia política?, en: El Ejercicio de Pensar, Editorial de Ciencias Sociales-Ruth Casa Editorial, La Habana, 2010, p.107
[iii] Ello se debe a la tendencia –no poco cuestionada- de considerar esos primeros siglos como los de la miseria, el inmovilismo y oscurantismo, que solo sería modificada a partir de la toma de la Habana por los Ingleses en 176. Según estas historias, a los ingleses debemos entonces el primer despegue económico de Cuba, así como los primeros adelantos científico-técnicos.
[iv] Ernesto Limia, Cuba entre tres imperios: perla, llave y antemural, Casa Editorial Verde Olivo, La Habana, p.152.
[v] Felipe de Jesús Pérez Cruz, Reflexionemos sobre nuestra herencia histórica. 12 de octubre: Día de la Resistencia indígena, en: Rebelión, 12 de octubre de 2013. Internet: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=175353.
[vi] Citado por Roberto Fernández Retamar, en: Todo Caliban, Fondo Cultural del Alba, La Habana, 2006, pp.42-43
[vii] Ernesto Limia, Ob.Cit, p.86
[viii]Citado por Ernesto Limia, en: Ob.Cit, p.89
[ix] Ernesto Limia, Ob.Cit, p.77
[x] Ibídem, p.87
[xi] Roberto Fernández Retamar, Contra La Leyenda Negra, en: Ob.Cit
[xii] Véase Rolando Rodríguez, Filipinas: la lucha por la independencia, en: Raíces en el Tiempo, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2009, p.259.
[xiii] Ernesto Limia, Ob.Cit, p.276.
[xiv] En ese caso lo más correcto pienso sería aclarar que lo que se celebra es el devenir de La Habana, más que su origen.
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