jueves, 17 de octubre de 2013
El derecho a la rebelión
Hace 60 años, Fidel Castro exponía su alegato conocido como “la historia me absolverá”. Allí expresó las causas que lo impulsaron a él, junto a un grupo de rebeldes cubanos disidentes al Gobierno del dictador Batista, a levantarse en armas por la dignidad del pueblo cubano.
El 16 de Octubre de 1953 Fidel Castro entró en la historia de Cuba y toda América Latina, al enfrentarse a un tribunal que lo juzgaba respaldado por el aparato de la dictadura del por entonces dictador cubano, Fulgencio Batista, quien había subido al poder a través de un golpe militar en 1952.
Fidel, junto a otros compañeros, estaba acusado del asalto al cuartel Moncada el 26 de julio de ese mismo año dónde fueron derrotados por las fuerzas armadas.
En la salita del antiguo hospital civil Saturnino Lora, (actualmente convertido en un Parque Museo llamado “Abel Santamaría”, en honor a uno de los caídos durante el asalto al Moncada), el revolucionario cubano no necesitó, frente a ese escéptico jurado, de los fusiles con los que había dado junto a sus camaradas de armas el puntapié inicial a la Revolución Cubana, meses antes. Esta vez, la palabra fue su única arma de la cual pudo valerse este joven abogado, que optó por ser su propio defensor en el juicio.
Durante el alegato, el lider revolucionario proveniente del Partido Orotodoxo, expuso con sobriedad todos y cada uno de los puntos que lo habían motivado a tal acción y que, de hecho, formaban parte del “Programa del Moncada”. El problema de la tierra, de la industrialización, de la vivienda, de la educación y de la salud del pueblo en un país en el cual, por entonces, más del 80% de los niños de zonas rurales se morían por enfermedades parsitarias. La gran mayoría de la población era sometida a onerosas condiciones de explotación y existencia trabajando horas enteras en torno a la producción de la caña de azucar, principal recurso de Cuba en aquellos años, concentrado en unas pocas manos de la oligarquía aliada a Batista y a los grandes capitales norteamericanos que mantenían a la ísla en una situación semi-colonial de saqueo. Mientras cientos de miles de cubanos y cubanas eran privados del derecho a la Tierra o se encontraban desempleados por la especulación que los grandes capitales hacían con la producción de azúcar cuando decidían bajar la producción para aumentar los precios en el mercado internacional, aún a costa del hambre y la miseria de millones.
Apoyándose en los ideales del padre de la Patria, Jose Martí, Fidel defendió durante aquel juicio los ideales de la soberanía y la dignidad para todo el pueblo. No le importaba la condena que pudiera recibir, ni su suerte; ni siquiera vencer en el terreno militar, puesto que su movimiento había sido completamente desarticulado en los meses siguientes al asalto al Moncada (la mayoría de los rebeldes habían sido muertos, encarcelados, se hallaban en la clandestinidad o habían conseguido asilo en la Embajada Argentina que les había abierto las puertas).
Pero se propuso, a pesar de la adversidad, lograr la victoria moral a través de la batalla de las ideas. El 26 de Julio de 1953, había significado un antes y un después.
Ese 16 de Octubre de 1953, Fidel expuso sin pelos en la lengua algunas de las futuras medidas que conformarían el programa del Movimiento 26 de Julio, que tras el desembarco del Granma en diciembre de 1956, lograría tener su revancha histórica. La liquidación del latifundio, la promoción de la alfabetización y la salud pública, gratuita y de excelencia, la nacionalización de grandes empresas, fueron algunos de los ideas que desfilaron en las palabras de ese joven abogado que sería encarcelado al concluir el juicio.
El mito de Fidel Castro, no obstante, se propagó a partir de allí por toda Cuba, encarnándose sus ideales en millones de cubanos que veían condensados sus anhelos de dignidad, de justicia social, en aquel joven dirigente que estuvo dispuesto a dar su vida junto a sus hombres, por el futuro de Cuba. Fue tal el respaldo popular que, en 1955, Batista no tuvo más remedio que amnistiarlo junto a varios de sus camaradas también encarcelados. Fue el principio de su propio fin, por que ese mismo año, el líder cubano se exilió en México, donde trabó amistad con un joven argentino que había recorrido toda América Latina motivado por los ideales Martianos, Bolivarianos y San Martinianos: Ernesto Guevara.
Junto a otros 82 a hombres, prepararían una nueva campaña a finales del siguiente año, aprendiendo de los errores de 1953, que los llevaría a la victoria final del 1 de Enero de 1959 con la entrada triunfal en La Habana y a la huída de Batista; pero esa es otra historia.
60 años después, “la historia me absolverá” muestra el compromiso de un hombre que tuvo sentido del momento histórico que le tocó vivir a él y a sus compatriotas, y que estuvo dispuesto con las armas en mano primero, y con la palabra después, a jugársela por su pueblo. Con la convicción de haber tenido la razón, independientemente de la suerte que pudiera correr, desconocida para sí mismo en aquel instante, pero frente a la cual no se acobardó ni siquiera en el punto final a su alegato. Fidel expresó ante aquel jurado: “En cuanto a mí, sé que la cárcel será dura como no la ha sido nunca para nadie, preñada de amenazas, de ruin y cobarde ensañamiento, pero no la temo, como no temo la furia del tirano miserable que arrancó la vida a setenta hermanos míos. Condenadme, no importa, La historia me absolverá.”
Palabras que sintetizaban la convicción de lucha de un pueblo y reposaban en la confianza en su propia memoria histórica, más fuerte que la de todos los libros de historia que los poderosos pretendan escribir para tratar de borrar lo imborrable. Las cicatrices de los pobres, los dolores de los humildes que sufren y pelean a diario por su porvenir y que como decía el poeta salvadoreño Roque Daltón, “escribirán sus propios libros de historias”, como Fidel escribió el suyo.
Emanuel Muñoz.
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