miércoles, 8 de febrero de 2012
Este es un nuevo mensaje para Cuba y para el mundo
Comentarios de Abel Prieto, Ministro de Cultura, en su presentación de la primera edición de Guerrillero del tiempo, de Katiuska Blanco. Fragmentos de sus palabras, a partir de una transcripción no cotejada con el autor, realizada por Cubadebate
El Ministro de Cultura aseguró que este volumen recoge desde el primer recuerdo de Fidel, en Birán, cuando tiene menos de tres años de edad, hasta las evocaciones asociadas a aquel joven abogado que acaba de graduarse, pero que ha vivido ya experiencias tremendas, como la del enfrentamiento casi suicida (quijotesco, diría Fidel) a los grupos gangsteriles que tenían la universidad prácticamente tomada - cuando su vida estuvo en peligro tantas veces -, como la de Cayo Confites, que él la narra con todo detalle y también con humor (por cierto, este libro tiene pasajes de ese humor de Fidel, ese humor refinado, inteligente, incisivo, esa ironía tan suya, que aparece a ráfagas cada cierto tiempo), y que ha pasado también por la experiencia tan intensa del Bogotazo, cuando se suma a la sublevación, por solidaridad, por sentido del deber, por ese sentido ético que lo caracteriza y que es en cierto modo la columna vertebral de este libro.
Hay que decir - realmente - que a través de estos diálogos del Comandante con Katiuska se nos va dando, como en ningún otro texto que se haya publicado hasta hoy, al menos que yo sepa, el proceso de la formación ética, intelectual y política de Fidel, desde su infancia hasta ese momento, digamos, de la primera madurez, de ese Fidel que poco tiempo más tarde empezaría a organizar el asalto al Moncada. Katiuska, con sus preguntas, sus comentarios, muestra realmente la profundidad de la investigación que ella ha venido haciendo y aporta precisiones muy importantes. Hay que felicitarla también por haber respetado en el texto la espontaneidad, la oralidad, del Comandante, que es algo que le da al libro una gran frescura.
Aunque aquí están presentes continuamente las ideas y el pensamiento revolucionario de Fidel, en este tomo I de Guerrillero del tiempo la dimensión personal, la dimensión más íntima, alcanza un espacio y una profundidad muy notable, Fidel logra colocarse en la perspectiva, en la mirada del niño que fue, del adolescente que fue. Se acerca a su familia, a las personas de su entorno o a aquellas con quienes convivió en distintas etapas, tratando de reconstruir cómo pensaban, qué sentían ante las distintas circunstancias, y va descubriendo matices en su comportamiento, va analizándolos, no con un espíritu de juez, sino para entender a esas personas, para explicárselas a sí mismo.
Entra en contacto directo con la naturaleza:
“…atravesábamos la bahía (dice) en una pequeña lancha (…). La lancha se llamaba El Cateto y hacía: ¡Pum, pum, pum! Iba lenta por toda la bahía, la bahía tranquila; tardábamos 25 ó 30 minutos. (…) Íbamos a otro muellecito - todavía recuerdo el aire y hasta el olor a mar -.” (I, 140, 141).
Son impresiones muy vívidas que Fidel ha conservado y que nos las trasmite con mucha fuerza: uno comparte con aquel niño esa alegría expansiva que se nos describe con tanta exactitud y casi puede respirar ese aire de la montaña, ese aire del mar.
En otro momento se refiere a las relaciones que él y su hermano Ramón establecían con los trabajadores de la zona y recuerda con afecto particular al tenedor de libros, que fue quien le habló por primera vez de personajes históricos y de literatura. Y de pronto Fidel logra reconstruir - realmente de un modo que a uno le sorprende - lo que sentía aquel niño, tan deseoso de conocimiento, de cultura, tan lleno de curiosidad.
Y dice:
“Hay gente que por bondad natural son amables con los niños y les hablan, les hacen cuentos (…)” Tal tipo de persona es la bendición de los niños (…) (dice Fidel, una frase tremenda). Las personas adultas no se imaginan la importancia que tiene el trato que les dan a los niños y cómo les agrada (…) que conversen con ellos, que los tomen en cuenta, que no los ignoren.”(I, 75,76).
La otra cosa que llama mucho la atención en este libro es la figura del padre, de don Ángel Castro. Esta figura está tratada con mucho cariño, con muchos matices, con mucha hondura; aunque, como dice Fidel, era “un hombre de carácter, (…) (de) mal genio, dice él que inspiraba respeto” y que era como “el símbolo de la autoridad”, cuando él, Fidel, tenía 4 ó 5 años, “nos pasaba la mano por la cabeza, como una forma de acariciar.(…) Era una de las cosas que él hacía: pasarnos la mano por la cabeza” (I, 10).
Aparte de este tipo de detalles, que nos trasladan una gran delicadeza, una gran ternura, Fidel hace una semblanza de su padre verdaderamente impresionante. Si, por una parte, según nos dice, “sus ideas (…) se correspondían con las de un hombre más bien conservador, (…) desde el punto de vista humano fue una persona muy generosa, muy solidaria.”
Se trata, repito, de un Fidel más personal, más íntimo, el que se nos da en este libro. Y esto habrá que agradecérselo siempre a Katiuska y por supuesto al Comandante. Estos diálogos, ustedes podrán comprobarlo cuando lo lean, van mucho más allá de un testimonio frío sobre los hechos: son una reconstrucción desde lo íntimo del protagonista de un proceso que no se simplifica en ningún momento.
Al propio tiempo, siendo un niño todavía, su inteligencia creativa se topa con los dogmas, con lo que todo el mundo acepta y asimila fatalmente. Cuando evalúa cómo le enseñaron la historia durante la primaria, dice: “un recuento de hechos, ninguno de los cuales se cuestionaba, pero no por cuestión de fe; usted lo creía porque tenía el hábito de creerlo todo” (I, 233). Luego hará un razonamiento similar ante la Economía Política capitalista que le imparten en la universidad como un fatalismo, como algo que es así y no puede ser de otra manera, como la ley de la gravedad, como las leyes naturales.
Frente a esos dogmas, su rebeldía y su sentido ético van generando la semilla de un pensamiento trasgresor, inconformista, que empezará a hacerse preguntas que no tienen respuesta en los esquemas educativos de la época y empezará también a ver las cosas de otro modo.
Ese instinto ético lo acompaña a todas partes, está siempre alerta. Su memoria conserva cada incidente donde ese instinto reaccionó: por ejemplo, en Cayo Confites, cuando participa en la captura de la goleta Angelita de Trujillo, rechaza la forma en que Masferrer y algunos hombres suyos trataron a los tripulantes:
“De palabra y de hecho los ofendieron. No me gustó aquella forma de tratar a los marineros del Angelita. Yo no los golpeé ni los empujé ni actué agresivamente con ellos, porque eran gente desarmada, más bien casi me inspiraba pena” (I, 387).
Una reacción similar siente cuando en Bogotá, en la estación tomada por policías sublevados, rechaza que maltraten a un supuesto espía.
Cuando rememora algunas de sus experiencias vividas en aquellos años, “las luchas de grupos, lo de Cayo Confites, el Bogotazo” , toca el tema de la revancha, de la venganza, como algo incompatible con un auténtico revolucionario, desde el punto de vista ético y desde el punto de vista político: aquel revanchismo no era propio de una verdadera ”revolución, no lo consideré siquiera cuando se trataba de ajusticiar a un esbirro en la época de Machado o de Batista, o cuando se tomaban venganzas de tal tipo, nunca me pasó por la mente, al punto (de) que hubo gente que me quisieron matar, que después fueron ministros del Gobierno Revolucionario. Creo que nunca en mi vida me dejé llevar por revanchas. (…) Cuando nosotros hemos capturado a alguien no lo hemos hecho por venganza, ha sido como una defensa, un ejemplo para que tales crímenes no se cometan” (I, 447).
Finalmente llega a las ideas de Marx, Engels y Lenin después de pasar por una etapa que él mismo califica de “socialismo utópico”. Según explica, el ideario marxista cayó en un terreno muy fértil abonado por su trayectoria de rebeldía, por sus ideas de justicia, por su repugnancia frente a la corrupción y el despotismo. Su mentalidad, nos dice, era una especie de esponja condicionada a lo largo de toda mi experiencia (247)
Pero (añade) que “Antes de ser marxista fui martiano (…); pasé por un proceso previo de educación martiana, que me inculqué yo mismo leyendo sus textos” (250).
Con este volumen de Guerrillero del tiempo recordé la hermosísima película de Fernando Pérez sobre la infancia, la adolescencia y la primera juventud de Martí y esa fuerte impresión que nos deja acerca del destino del protagonista, es decir, de que ese niño, ese adolescente, está como predestinado para cumplir una gran misión. Este libro deja una impresión similar. Sentimos algo parecido a la predestinación en ese niño de Birán que siente piedad por los braceros haitianos y se rebela ante el abuso, en ese adolescente que rechaza instintivamente toda injusticia y en ese joven que llega a una universidad invadida por grupos gansteriles y los desafía y se enrola en la aventura de Cayo Confites para derrocar la dictadura de Trujillo y es sorprendido por el Bogotazo y se suma a la lucha de un pueblo al que le han asesinado su líder.
Este nuevo libro de Fidel aparece en uno de los momentos más oscuros de este siglo XXI, en medio de una crisis irreversible, de amenazas inminentes de nuevas guerras imperiales, del ascenso de las tendencias fascistas y de una agresión incontrolada y suicida al medio ambiente. En términos éticos, la política ha tocado fondo.
Guerrillero del tiempo, tanto este primer volumen como el segundo, es un nuevo mensaje para Cuba y para el mundo de uno de los pocos líderes morales y espirituales que quedan en el planeta. Nos habla, ya lo hemos visto, de su propia vida; pero nos habla también, todo el tiempo, de principios, de ideas, de humanismo. Sé que entre nosotros va a ser leído con pasión y sé también que mucha gente que en todas partes enfrenta hoy la barbarie va a buscarlo y a leerlo de la misma manera.
Felicidades a Katiuska por haber sido una interrogadora tan eficaz; a Rancaño por sus criaturas maravillosas; a todos los compañeros editores y de la poligráfica que trabajaron para lograr esta bellísima edición; y a usted también, Comandante, permítame más que felicitarlo agradecerle por seguir nutriéndonos con textos tan extraordinarios.
Abel Prieto
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