Un discurso fantasioso en la cumbre trumpista de Florida.
En un evento organizado por Donald Trump, el presidente argentino Javier Milei pronunció un discurso ante inversores y miembros del futuro gobierno republicano en el que, tras referirse al Manifiesto Comunista de Carlos Marx, señaló que “hoy un fantasma distinto recorre al mundo, el fantasma de la libertad”. Esa idea, sin embargo, no tiene anclaje en la realidad; solo existe en la imaginación del pequeño déspota libertario. Más bien, lo que prima en el mundo es la negación de la libertad: la guerra en Ucrania continúa su curso, Medio Oriente es un gran campo de exterminio, se recalientan las tensiones por el control del Mar de China meridional, y hay una tendencia cada vez más creciente a la instauración de gobiernos capitalistas de ofensiva directa contra las masas.
Milei buscó emparentar la futura llegada de Trump a la Casa Blanca al advenimiento de una supuesta prosperidad y libertad para la humanidad. Ni siquiera el más fervoroso apologista del magnate republicano y del capitalismo estadounidense se atrevería a decir semejante disparate. Trump quiere ir hacia una guerra abierta contra China, seguirá bancando la guerra que impulsa el Estado de Israel contra el pueblo palestino y otros países de Medio Oriente, pretende aplicar un plan de deportación masiva de migrantes, es un enemigo declarado de la sindicalización y los derechos de los trabajadores, y se apresta a erigir un régimen político cuasi dictatorial valiéndose del control que tendrá de las dos cámaras del Congreso, de la Corte Suprema y de los aparatos policiacos y de inteligencia del Estado norteamericano.
El mundo, en el contexto de la decadencia capitalista, va hacia mayores crisis, guerras y estallidos sociales. El auge de personajes como Trump en Estados Unidos, Le Pen en Francia, los filonazis de AfD en Alemania, los “Fratelli” fanáticos de Mussolini en Italia o los ultraderechistas holandeses y austriacos es un producto de la bancarrota capitalista, bajo cuyo contexto los gobiernos “democráticos” y “progresistas” fracasaron en sacar a los países de la crisis y atender las necesidades de los trabajadores. El capital pretende encontrar una salida a su crisis, que se intensificó tras el crack financiero de 2008; los rescates estatales a bancos y empresas y los planes de ajuste draconianos que se llevaron adelante contra los trabajadores se han demostrado impotentes.
La guerra comercial impulsada por los burgueses y sus gobiernos tampoco ha servido para sacar al régimen capitalista de su agonía. En este último tiempo han quebrado bancos en Estados Unidos; el mundo se vio sacudido por el lunes negro nipón; en China, país que hace dos décadas ofició como locomotora de la economía mundial, estalló una burbuja inmobiliaria; cada vez más empresas se declaran en quiebra o se convierten en “zombis” (sobreviven endeudándose); y la deuda total supera con creces el PBI mundial. Lo que subyace detrás de la crisis capitalista es la caída de la tasa de ganancia, que se expresa en la enorme sobreproducción de capitales y mercancías existente.
La guerra le sirve a los burgueses para ir hacia una destrucción masiva de fuerzas productivas (depuración del capital sobrante) y recomponer la tasa de beneficio. Más tarde, por las propias contradicciones del régimen capitalista, se vuelven a recrear las tendencias al desarrollo de una conflagración a gran escala pero de consecuencias más catastróficas. La Segunda Guerra Mundial fue más barbárica que la primera. Y ahora, en los focos bélicos abiertos, intervienen potencias nucleares que tienen la capacidad de transformar buena parte del planeta en un Hiroshima y Nagasaki. Que el mundo se dirige hacia una guerra mundial de magnitudes impredecibles, y no hacia la libertad como dice Milei, lo demuestran no solo los conflictos mencionados sino el aumento del armamentismo.
Estados Unidos promueve el rearme japonés, cerró un acuerdo militar con Filipinas y tejió alianzas militares como el Aukus (EE.UU., Inglaterra, Australia) y el Quad (EE.UU., Japón, Australia e India). Las potencias capitalistas de la Unión Europea han incrementado sus presupuestos militares. Y se van sumando más jugadores al ajedrez de la guerra imperialista; Corea del Norte, que está enfrentado al régimen surcoreano bancado por los yanquis, ha reforzado al Ejército de Putin con el envío de miles de soldados. El imperialismo impulsa la guerra en Ucrania porque quiere colonizar política y económicamente a Rusia y China; la guerra del Estado de Israel contra Gaza, Líbano, Yemen, Siria, Irak e Irán tiene como telón de fondo el intento del imperialismo norteamericano de ir hacia una reconfiguración política en Medio Oriente mediante la colocación de gobiernos títeres y con la mira puesta en acaparar una mayor parte de la renta petrolera.
El cercenamiento de la libertad de los pueblos también se ve en la agudización de las desigualdades sociales. Casi la mitad de la población mundial vive con menos de 7 dólares por día y más de dos mil millones de personas se enfrentaron en 2022 a lo que se conoce como “inseguridad alimentaria”. Asimismo, la desigualdad entre ricos y pobres ha crecido. Incluso en Estados Unidos, la principal potencia capitalista, los índices de desigualdad vienen tendiendo al alza y la expectativa de vida ha disminuido. Bajo el capitalismo imperialista, como se ve, prima una tendencia a la dominación y no a la libertad de los pueblos.
La crisis capitalista, por todo esto, es también un detonante de rebeliones populares como las que han acontecido en América Latina, en Sri Lanka y en África; y de grandes huelgas como las que se vieron en Estados Unidos y Europa. Los trabajadores tenemos el desafío de convertirlas en el preámbulo de la revolución socialista, para liberar a la humanidad de la explotación y la opresión. El fantasma que sigue sobrevolando el planeta (y la cabeza de Milei) es el del comunismo.
Nazareno Suozzi